Diagnóstico y tratamiento de las lesiones quirúrgicas de las vías biliares. 2da parte


iagnóstico y tratamiento de las lesiones quirúrgicas de las vías biliares. 2da parte
Dr Juan Hernandez Orduña.

Diagnóstico de las lesiones de la vía biliar
Ya sea en cirugía abierta o en cirugía laparoscópica, los traumatismos de la VBP se deben reconocer durante la colecistectomía y, de entrada, reparar. Hay que subrayar el interés máximo que tiene este diagnóstico peroperatorio que permite disminuir la gravedad de esta complicación. En cirugía abierta, la lesión biliar era a menudo reconocida durante la intervención: en 55 casos sobre 65 según la experiencia sueca [Gigot, 1997]. En cirugía laparoscópica, la lesión biliar se ha reconocido solamente en el 39,5% de los casos según un registro belga, en un 48,8 % de los casos según la relación de experiencia americana y en un tercio de los casos en el estudio de Adams et al .
¿Cómo reconocer un traumatismo de la VBP?
Búsqueda de todas las anomalías en el campo operatorio
En caso de lesión abierta, la salida anormal de bilis nos llamará la atención, sea en el transcurso de la colecistectomía ya sea, sobre todo, durante la revisión del campo operatorio.
En caso de lesión cerrada por ligadura o por clip, nos puede llamar la atención que la vesícula disecada se mantenga todavía adherida al pedículo hepático, o que existan dos conductos seccionados, a distancia el uno del otro o pegados en forma de cañón de escopeta. El examen de la vesícula que acaba de ser disecada confirmará la presencia de un fragmento de VBP en contacto con el conducto cístico.
En caso de obstrucción por ligadura o por clip casi siempre es la colangiografía peroperatoria la que permite reconocer la lesión.

Presentación clínica
   Las manifestaciones clínicas relacionadas con una LQVB están condicionadas por el tipo de lesión y fundamentalmente por el momento del diagnóstico (lesión advertida o inadvertida).
   Se denomina lesión advertida a aquella que el cirujano diagnostica durante el mismo procedimiento quirúrgico. Por el contrario, hablamos de lesión inadvertida cuando este hecho no ocurre y la lesión se diagnostica durante el posoperatorio, que puede ser "cercano" (antes de los 30 días) o'  "alejado" (después de los 30 días).
Durante el procedimiento quirúrgico ("lesión advertida") el cirujano puede diagnosticar una lesión de la VB al observar bilis en el campo operatorio, al ver un conducto seccionado a través de una colangiografía intraoperatoria patológica que muestre la lesión (fuga de contraste o falta de relleno de toda la VB intrahepática o de un segmento). Cuando la lesión se presenta durante el posoperatorio, las manifestaciones clínicas van a depender fundamentalmente del tipo de lesión:
-Un primer grupo, al que pertenecen las lesiones en las que se produce una solución de continuidad en la pared de la VB, en las cuales las manifestaciones van a depender de la pérdida de bilis (lesión de tipo A, C o D de la clasificación de Strasberg).
- Un segundo grupo, en el que las lesiones producen una obstrucción de la VB total o parcial y por ende las manifestaciones dependen de la obstrucción del libre flujo de la bilis hacia el intestino (lesión de tipo B o E de la clasificación de Strasberg).

Síntomas originados por "pérdida de bilis"
Si el paciente tiene un drenaje abdominal colocado y la pérdida biliar se halla localizada y dirigida a través de éste, la única manifestación puede ser la bilirragia a través del drenaje. Sin embargo, si el paciente no se halla con un drenaje abdominal, sea porque no se colocó al finalizar la cirugía, porque ya se retiró o porque se obstruyó la pérdida biliar puede manifestarse de tres maneras:
A.    Bilirragia dirigida por el orificio del drenaje previo o por la herida abdominal, que si persiste se transforma en una fístula biliar externa.
B.   Biloma: colección biliar localizada, que si se infecta se transforma en un absceso abdominal.
C.   Coleperitoneo: derrame biliar libre en la cavidad abdominal que si se infecta se transforma en una peritonitis biliar.
    Bilirragia: las bilirragias suelen aparecer en el posoperatorio inmediato. Esta pérdida de bilis al exterior por un drenaje abdominal, por el orificio de un drenaje previo o por la herida quirúrgica suele no acompañarse de otras manifestaciones, a excepción de dolor en la piel de la región de la bilirragia o de la salida del drenaje. Las causas son principalmente tres: conducto aberrante no ligado en el lecho vesicular (conducto hepatocístico), caída de la ligadura o clip del conducto cístico o una LQVB. En los dos primeros casos el cuadro se limita a un débito biliar que cede en pocos días, mientras que en el caso de una lesión la pérdida biliar persiste.



   Biloma: esta colección biliar puede ser asintomática en algunos casos en los cuales es de tamaño pequeño y en que no se infecta y por ende no ser encontrada nunca o ser hallada de manera casual durante algún estudio u otra cirugía de la zona por otro motivo. Esta situación es la menos frecuente.    Cuando el biloma da síntomas puede hacerlo tanto en el posoperatorio cercano como en el alejado y se manifiesta en general con dolor abdominal localizado en el hipocondrio derecho, bastante bien tolerado y que a veces se acompaña de anorexia, náuseas y, más raramente, vómitos, decaimiento y en algunos casos homalgia homolateral.  En algunos casos y sobre todo cuando se demora el diagnóstico esta colección se infecta y se transforma en un "absceso abdominal". El signo que en general puede agregarse es la fiebre. Si bien un biloma por solo puede elevar la temperatura, cuando ésta se repite y en general en picos, es más común que se trate de un absceso abdominal.

 
Fig. Biloma posoperatorio, de aparición alejada luego de la extracción del drenaje abdominal. A. Biloma subhepático en la ecografía abdominal B. Tomografía que confirma los hallazgos ecográficos. C. Fistulografía por el catéter de drenaje percutáneo que confirma la comunicación con la vía biliar a través del muñón del conducto cístico. Su cierre fue espontáneo.
  

Coleperitoneo: Al igual que el biloma puede aparecer tanto en el posoperatorio cercano como en el alejado.



Fig. Imagen   tomografica que muestra un coleperitoneo.

   Los síntomas clínicos principales en los casos en los que no existe un drenaje adecuado son la anorexia, las náuseas, el decaimiento, el dolor abdominal local o difuso y la homalgia.
    En general, el síntoma más frecuente es el dolor abdominal, que a diferencia de los cuadros producidos por colecciones localizadas, suele ser más difuso, sin una localización patognomónica y de intensidad muy variable según el umbral de cada paciente y la cantidad de bilis derramada.
     Hay pacientes en los cuales una muy escasa cantidad de bilis, que incluso no es detectable en los estudios por imágenes, genera un dolor muy intenso, sobre todo en pacientes jóvenes; empero existen otros enfermos con gran cantidad de bilis en el peritoneo y con muy escasas manifestaciones, como ocurre en general en los ancianos y en los inmunodeprimidos.
   Algunos autores subrayan que la distensión abdominal está presente en el 27% de los casos y los signos peritoneales de defensa y peritonismo sólo en el 23 y el 13%, respectivamente, lo que muestra la buena tolerancia y la poca repercusión clínica local de la bilis en la cavidad peritoneal si no se infecta. Es decir que el dolor abdominal y la defensa son criterios con poca sensibilidad para obtener el diagnóstico de presencia de bilis en la cavidad peritoneal y por un período impredecible estarán ausentes en muchos pacientes. En los casos de procesos lentos y progresivos y principalmente si se agrega infección ("peritonitis biliar") se asociará fiebre y un mayor deterioro del estado general.
   En algunos casos aparece ictericia asociada, la cual hará pensar en absorción de bilis por el peritoneo, sepsis, el agregado de otra lesión que condicione una obstrucción biliar o una combinación de los anteriores. Por todo esto, lo más importante es la sospecha clínica temprana para poner en marcha los estudios complementarios y así arribar al diagnóstico.

Síntomas originados por obstrucción al libre flujo de la bilis
  Ictericia: la ictericia puede aparecer tanto en el posoperatorio cercano como en el alejado. Cuando se presenta con predominio de la bilirrubina directa elevada en el posoperatorio inmediato, acompañada de coluria e hipocolia, indica algún grado de obstrucción en la vía biliar. El incremento progresivo de la ictericia hablará a favor de una obstrucción total. En general si la ictericia aparece tempranamente en el posoperatorio estamos en presencia de una lesión de tipo "E" de Strasberg. La lesión de tipo "B" es asintomática por mucho tiempo y cuando se manifiesta, puede hacerla con ictericia, litiasis intrahepática, colangitis e incluso atrofia de un sector del hígado.
   La ictericia puede asociarse o no con fiebre. Si esto ocurre, lo habitual es que se deba a una infección de la bilis acumulada, incluso puede estar acompañada de litiasis intrahepática, la que genera un cuadro de "colangitis aguda".
   En algunas oportunidades la infección biliar se asocia con una obstrucción brusca al libre flujo de la bilis y produce hipertensión biliar con la consiguiente colangitis sin llegar a producir ictericia.
   En general, la colangitis aguda, con ictericia o sin ella, se manifiesta por picos febriles que suelen superar los 38 oC y a veces se acompaña por temblores producidos por el paso de gérmenes a la sangre (bacteriemia).
   Todas las obstrucciones al libre flujo biliar en forma crónica producen un deterioro progresivo de la función hepática, como consecuencia de los cambios dentro del parénquima, los cuales comienzan con una fibrosis y finalizan en una cirrosis biliar secundaria o colangitis esclerosante secundaria si se asoció con infección. Estos cambios van a traer aparejados síntomas producto del deterioro de la función del órgano, como la hipoalbuminemia, los trastornos de la coagulación, el síndrome de hipertensión portal y, finalmente, la falla hepática progresiva.

Métodos complementarios de diagnóstico
   La sospecha clínica existirá siempre que se presente alguno de los signos o síntomas descritos. El hallazgo intraoperatorio de bilirragia o de "conductos supernumerarios" deberá hacer sospechar al cirujano una posible lesión. La adecuada exploración quirúrgica y la colangiografía intraoperatoria permitirán definir la duda planteada.



    Figura: colangiografía intraoperatoria

Papel de la colangiografía intraoperatoria.
Muchos autores admiten que la colangiografía sistemática, aunque no permite suprimir por completo el riesgo de aparición de lesiones biliares, las evita en gran medida y contribuye a demás a un diagnóstico y un tratamiento más precoces, sobre todo para las lesiones mínimas. Desde 1996, Carroll et al defienden este punto de vista a partir de una serie retrospectiva de 3.242 casos.
   Flum ha demostrado la relevancia de la colangiografía intraoperatoria sistemática en la prevención de las lesiones de las vías biliares:
 •en una serie retrospectiva de 30.630 colecistectomías, la aparición de una lesión grave de la vía biliar era de 3,3/1.000 sin colangiografía, frente a 2/1.000 con ella. Este efecto es más beneficioso cuando el cirujano tiene poca experiencia (menos de 20 colecistectomías);
•en otro estudio retrospectivo realizado con 1.570.361 colecistectomías, la colangiografía intraoperatoria reducía de forma significativa la aparición de lesiones.
La ausencia de realización de una colangiografía intraoperatoria sistemática durante una colecistectomía constituye un factor de riesgo.
   En resumen, aunque la experiencia del cirujano es relevante, no es suficiente para evitar una catástrofe. Las variaciones anatómicas son infrecuentes y, finalmente, se ha demostrado que la mayoría de las lesiones se producen en condiciones de «colecistectomía clásica» por una litiasis simple. Por tanto, debe admitirse que ningún cirujano está a salvo y que la complicación puede producirse en cualquier momento.
Las ventajas de la colangiografía intraoperatoria son:
1.   Delineamiento de la anatomía biliar y eventual detección de anomalías de la vía biliar.
2.   Diagnóstico de cálculos coledocianos no sospechados, cuya incidencia oscila entre el 3 y el 5%.
3.   Confirmación de litiasis coledociana sospechada pero no demostrada en estudios previos.
4.   Advertencia sobre lesión de la vía biliar acontecida, que evita mayores daños y permite su inmediata reparación.
5.   Familiarización con práctica en el manejo del conducto cístico.
6.   Aporta datos sobre el conducto cístico a saber: longitud, diámetro, características, lugar de desembocadura y presencia de cálculo intracístico.
   Existen en la actualidad consecuencias medicolegales relacionadas con el procedimiento, ya que es posible que una lesión de la vía biliar durante una CL sin colangiografía intraoperatoria le ocasione mayor riesgo de juicio adverso al cirujano actuante.
   Los estudios por realizar para diagnosticar una lesión de la VB en un paciente variarán de acuerdo con la presentación clínica, el estado general y la presencia de drenajes abdominales o no.

Exámenes de laboratorio
Hepatograma: si existe algún grado de obstrucción biliar, mostrará aumento de la bilirrubina directa y de la fosfatasa alcalina (FA). En los casos de obstrucción mínima solo se objetivará un ascenso discreto de la FA y de la gammaglutamiltranspeptidasa (GGT) con valores de bilirrubina normal. En los casos de sección parcial o total con fístula biliar externa probablemente el hepatograma será normal. Un hepatograma normal no excluye una lesión de la vía biliar, mientras que uno patológico puede hacemos sospechar a sabiendas de que su especificidad es baja.
Hemograma: .en los casos de lesiones con infección asociada (colangitis, abscesos y peritonitis) mostrará elevación de los glóbulos blancos y desviación a la izquierda de la fórmula leucocitaria.
Ecografia
   En general es el primer estudio por imágenes que se debe solicitar debido a los importantes datos que puede brindar, además de su inocuidad, su accesibilidad y su bajo costo. La ecografía tiene la desventaja de ser un estudio dependiente del cirujano; es decir, que la cantidad de datos que pueda aportar se relaciona directamente con la experiencia del profesional que realice el estudio.
Los principales datos que el cirujano busca son la anatomía de la VB, el estado del parénquima hepático y si existen o no colecciones en la cavidad abdominal. En los casos de obstrucción importante y de varios días de evolución la VB podrá mostrar una dilatación con predominio intrahepático. Si la obstrucción es parcial, de muy corta evolución o existe asociada una fístula biliar muy bien dirigida al exterior o hacia otros órganos, probablemente la VB se vea normal ya que no tuvo el obstáculo suficiente como para dilatarse. En el parénquima hepático hay que buscar posibles imágenes compatibles con abscesos, hematomas, zonas de isquemia, bilomas, alteración de la arquitectura u otras complicaciones que puedan asociarse con la LQVB.
La investigación de la cavidad peritoneal en búsqueda de colecciones es fundamental, ya que de hallada su drenaje inmediato será obligatorio. Los sitios por investigar son fundamentalmente ambos espacios subfrénicos, la fosa de Morrison y la pelvis. Finalmente, hay muchos otros datos que podrá aportar la ecografía y que dependen del caso en particular.
Así por ejemplo, el uso del efecto Doppler puede servir para diagnosticar o sospechar una lesión vascular asociada al identificar una alteración del flujo de la arteria hepática o sus ramas.

Tomografía computarízada (TC)
   La tómografía puede aportar prácticamente los mismos datos que la ecografía realizada por un profesional con experiencia, aunque tiene la ventaja de ser un estudio estático en el cual el resultado ya no es dependiente de quien lo realice. Por supuesto que tiene la desventaja de la exposición a los rayos X, su disponibilidad no tan amplia como la de la ecografía y por ende, su mayor costo.
Es válido decir que la ecografía se solicita siempre, en tanto que la TC no en todos los casos. Sin embargo, cuando uno consulta a un cirujano, a éste siempre le va a interesar más ver una imagen tomográfica. Esto tiene fundamentalmente dos motivos; por un lado lo antes mencionado: al ser un estudio estático el propio cirujano puede mirar la imagen e interpretada y, por otro lado, el hecho de que el cirujano requiere un mapa de la región para planear la táctica terapéutica.
Existe una circunstancia en la que la TC podrá aportar más datos que la ecografía, y es en el caso en que exista distensión abdominal por el íleo posoperatorio, ya que éste imposibilita la realización correcta del estudio ecográfico por la interposición aérea. La TC también puede mostrar colecciones interasas, que en general son muy difíciles de diagnosticar con la ecografía. La administración de contraste intravenoso mostrará la perfusión hepática y podrá sugerir una lesión vascular asociada en los casos en las que el estudio sea patológico.

Angíografía
   Del 10 al 15% de las lesiones de la VB se acompañan de lesiones vasculares, sobre todo de la arteria hepática derecha. En algunas seriespublicadas los porcentajes son aún mayores.
   Si bien la angiografía no es un estudio frecuente solicitado para el diagnóstico de LQVB, se debe realizar siempre que exista la duda de una posible lesión vascular asociada, ya que en este caso es el mejor método  para  certificar  una  lesión.  Proponemos  su  realización  en  algunos  casos puntuales: Cuando existe el antecedente claro de accidente arterial durante la CVL, el que pudo ser claramente objetivado o no, e incluso pudo haber motivado la conversión en cirugía abierta. Cuando en los estudios complementarios existan imágenes compatibles con algún sector isquémico del hígado. Cuando ha fracasado una reparación previa (estenosis), ya que en este caso hay más del 50% de probabilidades de que exista también una lesión vascular.

Fístulografía
   Es un estudio sencillo, económico, que demanda escasa tecnología y aporta una información valiosísima. Se realiza a través de la inyección de contraste radiopaco e hidrosoluble por el drenaje abdominal o por el orificio abdominal por donde se evidencia la bilirragia. Ésta es una condición indispensable para poder realizar este estudio, al igual que se requiere un tiempo prudente de espera para que se establezca un trayecto fistuloso por donde poder inyectar el contraste para que aporte buena información, tiempo que en general no es inferior a siete días.
   Este estudio permitirá en algunas oportunidades tener una imagen colangiográfica de los segmentos que drenan bilis, lo que es de fundamental importancia para el diagnóstico de la lesión y para el planteo terapéutico por seguir.



Fig. Fistulografía a  través del drenaje abdominal dejado luego se realizaba una colecistectomía laparoscópica por colecistitis aguda gangrenosa. Se observa indemnidad de la vía biliar, sin causa de hipertensión biliar.

Colangiografía percutánea
   Este estudio consiste en colocar una aguja fina en la vía biliar intrahepática por acceso percutáneo e inyectar contraste hidrosoluble radiopaco.
   En general, se utiliza ante la sospecha firme de una lesión que compromete el flujo biliar (estenosis), con dilatación de la VB por encima de este sitio, lo que facilita su realización.



Fig. Colangiografía percutánea que muestra una estenosis baja de la vía biliar tipo II de Bismuth.

 Antes del advenimiento de la colangiografía por resonancia magnética este estudio era el que más se utilizaba, casi con exclusividad, para el diagnóstico de la altura de la estenosis (clasificación de Bismuth) y por ende para planear el tipo de la reparación.
   Cuenta con la desventaja de la exposición a los rayos X, la necesidad de una persona entrenada en procedimientos percutáneos para su realización y las potenciales complicaciones de la punción del hígado. Por último inyectar contraste dentro de una vía biliar obstruida genera la posibilidad de infección de la bilis y la producción de un cuadro de colangitis aguda. Es por esto que se aconseja, luego de la inyección de contraste y realizado el estudio, la colocación de un drenaje percutáneo biliar externo.

Colangiografía por resonancia magnética (CRM)



   Este estudio utiliza la misma aparatología que para realizar una resonancia habitual. Requiere además, el agregado de un programa computarizado que permita obtener imágenes de los líquidos detenidos o con movimientos lentos en las tres dimensiones y luego lograr una reconstrucción bidimensional o tridimensional. Muestra la vía biliar de una manera muy similar a la lograda con la colangiografía percutánea, sin contar con las desventajas mencionadas en el caso de esta última
Fig. Colangiografia por resonancia magnética que muestra una estenosis tipo III de Bismuth.
   Agrega además otra ventaja: que si eventualmente se sospecha una lesión vascular asociada, puede realizarse una angiorresonancia con contraste intravenoso (gadolinio), la que aporta datos fundamentales de la anatomía vascular. Tiene la desventaja de su alto costo y por ende la no disponibilidad en todos los casos. Además, y no menos importante, el hecho de que requiere medios computarizados precisos, ya que existen antecedentes de CRM realizadas con aparatología no idónea, que son estudios inútiles, ya que no permiten arribar a ninguna conclusión válida y, por ende, representan un gasto innecesario.

Colangiografia endoscópica



Esta técnica permite canular la papila e inyectar contraste en la VB. Las mejores imágenes se obtienen en las estenosis parciales, mientras que en las totales aporta pocos datos útiles pues no se rellena la VB por encima de la estenosis.

  Fig. Colangiografia retrograda endoscópica que muestra una estenosis de la vía biliar atravesada con un alambre guia.

Centellograma hepático



También llamado hepatocolangiograma con ácido imino diacético (HIDA). Consiste en la inyección intravenas a de este ácido marcado con tecnecio 99 y su seguimiento con cámara gamma. Se observa la captación hepática y su excreción en la VB. Un retraso en esta eliminación es indicador de obstrucción. Sin embargo, carece de datos anatómicos precisos, por lo que solo se indica como estudio de control en los pacientes con reconstrucciones biliares.

Fig. Centellograma con hepatocolangiograma con ácido diacetico que muestra buen pasaje del marcador a través de una hepaticoyeyunoanastomosis.

EVOLUCIÓN NATURAL DE LAS LESIONES

   La evolución natural de la LQVB se relaciona de manera fundamental con tres factores: el "momento del diagnóstico", el "tipo de lesión producida" y finalmente la "terapéutica empleada".
   Con respecto al "momento del diagnóstico", si la lesión es advertida durante el mismo acto quirúrgico, y en algunos casos reparada allí mismo, la evolución en general es buena y dependerá del tipo de terapéutica empleada. En cambio, si la lesión no se advirtió durante la operación la evolución dependerá del tipo de lesión producida. Con respecto al "tipo de lesión producida", las clasificamos en dos grupos: aquellas en las que se produce una fístula biliar por lesión en su pared, sea parcial o total, y aquellas en las que se produce una estenosis biliar, que puede ser parcial o total.
   En el caso de que exista una fístula biliar en general la evolución es dominada por un cuadro inflamatorio y secundariamente infeccioso, producto del derrame biliar en la cavidad abdominal, que puede ser localizado o generalizado. Si éste no es resuelto en forma adecuada, se produce seguidamente una falla multiorgánica que conduce a la muerte.
   En el caso de que se produzca una estenosis biliar la evolución es determinada por la presencia o no de infección en el tracto biliar. Si ésta se produce, conduce también a la falla multiorgánica y la muerte. Si no existe infección, la evolución será signada por el compromiso de la función hepática que indefectiblemente se irá deteriorando, pasará por una fibrosis hepática, seguida de una cirrosis biliar secundaria y finalmente requerirá un trasplante hepático para evitar la muerte.
   Por último, "la terapéutica empleada" en el caso de producida una lesión es definitoria, ya que de realizarse el procedimiento correcto por profesionales capacitados y en el momento adecuado, esto determinará que en más del 95% de los casos la evolución sea satisfactoria y en general con Una mortalidad cercana a 0%. De no lograrse estas condiciones, la evolución en general será mala y grande el porcentaje de mortalidad.

Reconocimiento intraoperatorio y posoperatorio temprano de una lesión quirúrgica de la vía biliar
   El diagnóstico temprano de una LQVB es uno de los factores más importantes para disminuir la morbilidad asociada con su tratamiento.
Sorprendentemente solo un pequeño porcentaje (8-13%) de las LQVB se reconocen durante el procedimiento laparoscópico en el que se ocasionaron. La observación de cualquiera de las siguientes circunstancias en el curso de una colecistectomía laparoscópica debe hacer sospechar la posibilidad de una lesión:
Visualización inexplicable de bilis en el campo operatorio. Presencia de un conducto biliar accesorio.
   Vascularización pericística abundante (¡ojo!, puede ser el colédoco). Arteria cística de calibre grueso (puede ser la hepática derecha), Necesidad de "varios cliPs" para tratar el pedículo.




Fig.  Algoritmo para el diagnóstico intraoperatorio de LQVB.
  
   Ante la sospecha de una LQ es obligatorio realizar una colangiografía intraoperatoria y si ya se había realizado repetirla para identificar la anatomía de la vía biliar o la eventual lesión quirúrgica.
   En el período posoperatorio de los pacientes cuya lesión quirúrgica pasó inadvertida durante la laparoscopia, la expresión clínica de la lesión es más solapada, que la de aquellos cuya lesión se produjo durante una colecistectomía por laparotomía. El rápido reconocimiento posoperatorio de la LQVB basado en los datos clínicos, el laboratorio y los hallazgos de los estudios por imágenes contribuye a reducir los costos de internación y de tratamiento.
La detección peroperatoria de un traumatismo de la VBP es una condición esencial para una reparación biliar primaria inmediata, evitando así la aparición de una fístula biliar externa o de un coleperitoneo postoperatorio. Puede detectarse el traumatismo en las circunstancias siguientes:
-   Durante una disección quirúrgica que pone de manifiesto la sección canalicular o la existencia de un número anómalo de canales biliares seccionados o pinzados.
-   Por la salida de bilis dentro del campo quirúrgico (cuando la vesícula biliar no está perforada accidentalmente).
-   En el contexto de la conversión en laparotomía por un problema de hemostasia.
-   Lo más habitual gracias a la colangiografía peroperatoria, con la condición de que ésta se interprete correctamente (lo cual no sucede en el 20 a 30% de los casos [2, 4, 7]).


 
La presencia de una extravasación del agente de contraste, la ausencia de opacificación de la vía biliar proximal y la ausencia de un hepatograma biliar completo (en particular, del hígado derecho) constituyen elementos que deben hacer pensar en un traumatismo biliar durante la croo Ésta mejora igualmente de manera significativa la detección de un traumatismo biliar durante la intervención inicial (90-95% de los casos). No obstante, en caso de lesión térmica o cuando el traumatismo se produce en el curso de la disección quirúrgica que sigue ala CPO, ésta puede considerarse normal sin proteger al paciente de complicaciones biliares posteriores, precoces o tardías.





Fig. Ausencia de opacificación de las vías  biliares altas durante una colangiografia perioperatoria que sugiere la existencia de  un traumatismo quirúrgico de la vía biliar principal.



Fig. Colangiografia retrograda que pone de manifiesto un hepatograma biliar intrahepatico derecho incompleto con opacificacion por fistulografía del conducto hepático derecho seccionado confluyente biliar superior (tipo IV) o una convergencia biliar derecha escalonada (tipo V)
Fig. Colangiografias peroperatorias selectivas por sondas con balón (a) en un paciente que presenta exéresis completa de la vía biliar extrahepática y de la convergencia biliar superior: los conductos hepáticos derecho e izquierdo no dilatados se hallan  opacificados (b).

Colangiografía peroperatoria
Representa el examen esencial para hacer el diagnóstico de una lesión operatoria de la VBP en cirugía abierta y en laparoscopia, siempre que tenga una buena calidad y se estudie atentamente. La ausencia de bilis en la cánula o en el catéter transcístico podría llamarnos ya la atención, al igual que la posición muy vertical de la cánula. Después de la inyección de contraste, la lesión abierta se traduce por extravasación de medio de contraste al contacto con la vía biliar, y el traumatismo cerrado se traduce por una interrupción de la vía biliar fácil de reconocer cuando se ha colocado un clip metálico. La interrupción puede residir en la vía biliar misma o a nivel del conducto derecho. Por tanto es necesario insistir en la importancia que tiene un atento estudio de las placas.
   Los adversarios de la colangiografía peroperatoria de rutina mencionan, entre sus argumentos, el riesgo de lesión del conducto cístico o incluso de la VBP por la cánula o el catéter destinado a la exploración. A lo largo de la cirugía laparoscópica, este riesgo, aunque limitado, es real, lo que obliga a renunciar a la colangiografía peroperatoria cuando el conducto cístico es demasiado estrecho y no puede ser intubado con facilidad o cuando es demasiado friable, como en ciertas colecistitis agudas.
  Debe sospecharse una LQVB cuando el curso del posoperatorio de un paciente sometido a una colecistectomía laparoscópica no es el habitual. Una hospitalización que supere los 3 días, con la presencia de dolor y distensión abdominal, náuseas, vómitos, fiebre (poco frecuente) y leucocitosis son datos más que suficientes para recurrir a procedimientos diagnósticos complementarios con el objeto de establecer un diagnóstico clínico-quirúrgico adecuado.
   Las LQVB, que en su mayor parte (70-80%) se manifiestan como fístulas biliares, provocan coleperitoneo sin ictericia (50%) y no alteran el diámetro de la vía biliar.
   En estas circunstancias, se deberá definir una secuencia de estudios por imágenes (ecografía, tomografía computarizada, centellograma con HIDA, colangiorresonancia, colangiopancreatografía retrógrada endoscópica, colangiografía percutánea transparietohepática) que dependerá de la clínica del paciente, la experiencia de los profesionales involucrados y las posibilidades técnicas de la institución.
   La presencia de una colección abdominal o una bilirragia nos obligará a suponer que existe una LQVB hasta que se demuestre lo contrario. La sola identificación de filtración de bilis, sea por punción o por salida espontánea por un drenaje o por la herida, no siempre es suficiente para decidir una conducta quirúrgica. En algunos casos, un análisis retrospectivo de los acontecimientos o una evaluación de la videograbación del procedimiento laparoscópico aportarán datos importantes para proceder con la laparotomía a la resolución quirúrgica. En otras circunstancias, debido al desconocimiento de los eventos o por el cuadro clínico existente, será necesario definir la anatomía de la lesión mediante una colangiografía retrógrada endoscópica (CRE). Si el árbol biliar no se visualiza en su totalidad con una CRE, podrá recurrirse a una colangiorresonancia o a una colangiografía percutánea  transhepática (CPTH).
La sospecha de una lesión vascular, en su mayoría consistente en clipado arterial, justificaría la realización de un eco-Doppler del pedículo hepático y probablemente de una arteriografía selectiva hepática y mesentérica con retorno venoso (el "gold standard" para identificar el compromiso vascular).
   Es imprescindible que estos estudios sean realizados por profesionales con experiencia y analizados junto con el equipo de cirujanos responsables de la resolución quirúrgica de la lesión.
   Las LQVB, en general, provocan situaciones médicas que otorgan suficiente tiempo preoperatorio (24-n h) y permiten realizar los estudios necesarios para establecer una coherente estrategia quirúrgica.
   En cuanto al manejo prequirúrgico destacamos la importancia de mantener la estabilidad hemodinámica del paciente, drenar las colecciones biliares e iniciar el tratamiento antibiótico apropiado (empírico en un principio y de acuerdo con los cultivos y antibiogramas, una vez obtenidos los resultados).
   La localización y la naturaleza de la LQVB, sumadas al estado general del paciente, determinarán la necesidad de recurrir a procedimientos intervencionistas con apoyo radiológico. A través de estos procedimientos se puede, en algunas ocasiones, lograr lo siguiente:
1.   Definir la anatomía.
2.   Drenar colecciones (bilomas, abscesos).
3.   Reducir o eliminar filtraciones derivando la bilis hacia la luz del intestino (stents biliares) o hacia el exterior (stents nasobiliares).
4.   Dilatar las estenosis (en situaciones muy precisas).
5.   Eliminar cálculos (remanentes) de la vía biliar en el contexto de una LQVB.
Sin embargo, los procedimientos de la radiología intervencionista cuando pretenden ser empleados como "tratamiento definitivo" de las LQVB pueden conducir a un mayor porcentaje de fracasos a largo plazo.
En la práctica, se distinguen tres situaciones.
1.              Diagnóstico intraoperatorio
 Esta situación no es la más frecuente, pues sólo afecta al 29-45% de los casos. La lesión se sospecha de forma intraoperatoria, bien por la observación de una situación anómala o sospechosa (descubrimiento de un «segundo conducto cístico» o de un conducto biliar aberrante, salida de bilis al campo quirúrgico después de ligar con clips el conducto cístico, etc.) o bien por el análisis de la colangiografía intraoperatoria (ausencia de opacificación de las vías biliares intrahepáticas, árbol biliar incompleto).
2.            Diagnóstico postoperatorio precoz
Se establece en las 6 semanas posteriores a la intervención. Desde el punto de vista clínico, la lesión puede causar distintos cuadros que a veces se asocian:
•dolor persistente, secundario o inhabitual en el hipocondrio derecho;
•salida de bilis por un dren;
•sepsis;
•cuadro peritoneal;
•ictericia o modificación significativa de las pruebas hepáticas.
3.            Diagnóstico postoperatorio tardío, pasadas 6 semanas
Este período puede ser incluso más prolongado (varios años). Los datos en los que se  basa suelen ser un cuadro de ictericia, o bien de colangitis.
   Esta distinción es esencial, porque la conducta práctica depende de ella, tanto en lo referente a las pruebas que deben realizarse como en el tratamiento que debe aplicarse. Hay que insistir en el hecho de que el pronóstico de la lesión biliar depende no sólo de su gravedad, sino también de la rapidez y de la idoneidad de su tratamiento









Figura:               Árbol  de  decisiones.  Indicaciones  estratégicas  en  función  de  las  circunstancias  de descubrimiento de la complicación biliar. RM: resonancia magnética.

 

Evaluación de la lesión biliar

Cuando se sospecha una lesión biliar o si es evidente, debe comprenderse y analizarse. Deben plantearse tres preguntas.
¿Cuál es la situación clínica? En la práctica, la situación intraoperatoria es especial, porque requiere una reacción adecuada e inmediata. En el postoperatorio, hay que distinguir dos grandes cuadros, que se subdividen a su vez en dos: la fuga biliar (por un drenaje o al peritoneo libre) o la retención (séptica o no).
 ¿Cuáles son la localización y la naturaleza de la lesión biliar? Se distinguen las lesiones que afectan al conducto cístico y las que implican a la vía biliar en una zona del árbol biliar. En este caso, la referencia es la convergencia biliar. También hay que distinguir el tipo de lesión: lateral, sección, laceración, pérdida de sustancia o quemadura. La combinación de estas informaciones ha llevado a  muchos autores a proponer diversas clasificaciones: Olsen las clasifica en cinco tipos de los que los  tres primeros se subdividen en dos subtipos. Strasberg define cinco tipos; estas clasificaciones son difíciles de memorizar, debido a la complejidad de los distintos tipos de lesiones, que son incompletas por fuerza. Por último, el equipo de Amsterdam emplea una clasificación sencilla y que será la que se utilizará en este artículo:



Figura: Clasificación de Amsterdam. CC: conducto colédoco
•A: fuga del conducto cístico;
•B: fuga en el conducto colédoco;
•C: estenosis o ligadura del conducto colédoco;
•D: sección del conducto colédoco.

Para realizar este análisis, los medios dependen de la situación clínica:
de forma intraoperatoria, la lesión se puede clasificar mediante la exploración del campo quirúrgico y la colangiografía intraoperatoria;
•en el postoperatorio precoz, el diagnóstico puede realizarse mediante una colangiografía retrógrada (procedimiento invasivo, pero que puede seguirse de una técnica terapéutica), con una fistulografía si se ha colocado un drenaje o con una resonancia magnética (RM) biliar, que es la exploración menos invasiva, pero que sólo es rentable en caso de estenosis. En ocasiones, si hay una dilatación e interrupción biliar, la colangiografía percutánea transhepática es útil, porque también permite realizar un procedimiento terapéutico. Por último, el cuadro clínico (biliperitoneo) obliga en ocasiones a realizar una reintervención quirúrgica, en cuyo caso el diagnóstico se lleva a cabo durante la colangiografía intraoperatoria (si es posible) durante esta reintervención;
•en el postoperatorio tardío, la RM biliar es la exploración de elección, seguida en ocasiones de una colangiografía endoscópica o percutánea según la opción terapéutica escogida [4

 

¿Existe una lesión vascular asociada?

   Teniendo en cuenta las relaciones vasculares entre la vía biliar y la arteria hepática (sobre todo su rama derecha), se comprende que la asociación entre una lesión biliar y una de la arteria hepática sea muy frecuente. De hecho, en un estudio con autopsias de pacientes colecistectomizados por vía abierta, Halasz ha descrito una tasa del 7% de lesiones arteriales. Esta tasa parece haber aumentado también con la colecistectomía laparoscópica, donde se estima en un 12-39%. Las lesiones pueden consistir en un traumatismo que cause un seudoaneurisma con un riesgo elevado de ruptura o una ligadura. En la mayoría de las ocasiones, la ligadura arterial en un hígado sano suele tolerarse bien, pero no debe olvidarse también que la vascularización de la vía biliar depende únicamente de la arteria. Si se liga la rama derecha, es posible sustituirla por la rama izquierda a nivel de la placa hiliar, a menos que haya lesiones hiliares o una colestasis concomitante.
   En otras palabras, las consecuencias de estos traumatismos arteriales asociados a las lesiones biliares son variables. Es fundamental diagnosticarlos, sobre todo antes de la reparación quirúrgica. Su impacto sobre el pronóstico es controvertido; suele considerarse que estas lesiones complican la cirugía de reparación y algunos autores han demostrado que las lesiones arteriales comprometen el pronóstico a medio y largo plazo; otros autores no han observado esta influencia negativa.

Tratamiento de las lesiones biliares

Aunque cuando se describió, en 1981, la cirugía de reparación biliar era casi la única solución para tratar un traumatismo, en la actualidad existen otras opciones terapéuticas con la endoscopia y la radiología intervencionista. El cirujano debe conocer estas dos estrategias, porque en ocasiones pueden evitar una reintervención, prepararla o retrasarla, para estar en las mejores condiciones. A continuación se describen los principios generales de cada tipo de tratamiento: las indicaciones respectivas y las peculiaridades según estas indicaciones se exponen en función de las situaciones clínicas.

Drenaje externo.

Es un procedimiento terapéutico en toda regla, que evita o trata un biliperitoneo y prepara una intervención posterior de reparación. Se realiza mediante un módulo compuesto por una  o  varias láminas multitubuladas que se sitúan en contacto con la lesión. En algunos casos, se puede intubar la vía o vías biliares mediante uno o varios drenajes que se insertan en el árbol biliar y que se extraen por una contraincisión, asociados a una lámina. Este tipo de drenaje tiene como finalidad organizar una fístula biliar externa. El drenaje puede pinzarse o movilizarse según modalidades y períodos muy variables que dependen de los casos.

Cirugía de reparación biliar.

Las reglas de esta cirugía están bien sistematizadas en la actualidad y la ponencia de la AFC de 1981 sigue siendo hoy en día el trabajo más actual al respecto. La dificultad sobre esta reparación se debe al tamaño y delgadez de la vía biliar o a las modificaciones locales inflamatorias o esclerosas. Se deben respetar las siguientes reglas:
•es esencial no desvascularizar la vía biliar por una disección demasiado próxima a su pared y con una extensión excesiva en sentido superior;
•en caso de sutura biliar directa, en primer lugar hay que verificar que la zona inferior del colédoco está vacía. La sutura lateral o circunferencial debe ser no estenosante y hermética y se realizará en tejidos bien vascularizados, con hilo fino (5/0 o 6/0), no trenzado y reabsorbibles, con los nudos anudados en el exterior. Es preferible proteger esta sutura colocando un drenaje biliar (drenaje de Kehr cuya rama corta se pasa a través de la anastomosis);
· si se realiza una anastomosis biliodigestiva, la reparación sigue las mismas normas, con  una correcta aposición entre los bordes de la mucosa y un asa yeyunal de al menos 60 cm de longitud que se pasa por vía transmesocólica. Si la sutura es frágil, hay bilis séptica o después de una desobstrucción litiásica intrahepática, puede que deba colocarse un pequeño drenaje transanastomótico, que se exterioriza según el método de Volker;
•resulta más sensato colocar siempre una lámina de drenaje próxima, que se exterioriza por una contraincisión derecha situada en posición declive, con independencia del grado de satisfacción con la reparación biliar.

Cirugía de resección hepática.

Está indicada en pocas ocasiones. Por lo general, se emplea cuando la lesión se identifica de forma tardía y existe un sector o hemihígado excluido, infectado y/o litiásico o incluso en las lesiones complejas con lesiones arteriales que provoquen una necrosis hepática. Es una cirugía difícil que debe ser anatómica (aunque las estructuras pueden presentar modificaciones profundas) y conservadora del parénquima.

Trasplante hepático.

De forma excepcional y en el caso de las lesiones complejas, a menudo después de varios procedimientos terapéuticos que no han impedido o incluso que han facilitado la aparición de colangitis de repetición, se instaura de forma progresiva una cirrosis biliar secundaria con hipertensión portal: en estos casos extremos (que, por fortuna, son excepcionales) se han realizado trasplantes hepáticos. Las adherencias debidas a las intervenciones previas, asociadas a la hipertensión portal, hacen que estos trasplantes sean especialmente difíciles.
Endoscopia retrógrada con dilatación y/o colocación de prótesis El desarrollo y la mejora de las técnicas de endoscopia biliar intervencionista (en cuanto a material y experiencia) han permitido ampliar las indicaciones de este procedimiento y deben plantearse a menudo como primera elección, en ocasiones asociadas, o incluso como alternativa, a la cirugía. El cateterismo retrógrado permite realizar un diagnóstico topográfico y clasificar la lesión: fístula, estenosis, ligadura, conducto excluido, etc.
   Los procedimientos terapéuticos consisten en esfinterotomías asociadas o no a dilataciones con balón o colocaciones de prótesis de plástico temporales. Las fístulas laterales y las estenosis son las principales indicaciones. En las estenosis, se recomienda dejar la prótesis durante mucho tiempo (hasta 14 meses como promedio), cambiándola sistemáticamente cada 3 meses y sin dudar en colocar varias para mantener el efecto de la dilatación. Se debe comprender y advertir al paciente que este tratamiento endoscópico requiere una serie de intervenciones durante varios meses.
   Radiología intervencionista También en este caso, los progresos de la radiología intervencionista han permitido añadir esta técnica al arsenal terapéutico. La colangiografía transhepática percutánea es especialmente útil si se ha ligado el conducto colédoco, si hay una estenosis que no pueda franquearse con endoscopia, una lesión hiliar alta compleja o incluso ante un fracaso de la endoscopia .Cuando existe una estenosis franqueable, permite pasar guías, dilatarla y colocar uno o varios drenajes externos. Al igual que sucede con la endoscopia, esta técnica puede asociarse a la cirugía (a la espera de la reparación), a la endoscopia (técnica del «encuentro») o usarse de forma exclusiva (dilatación, prótesis).

Técnicas, indicaciones y resultados
 Tratamiento de las lesiones identificadas durante la cirugía
Prerrequisitos.
   El descubrimiento de una lesión durante una colecistectomía es siempre una experiencia difícil para el cirujano y su equipo: la intervención cambia de registro y se prolonga y el programa se altera, todo ello en un ambiente por lo general tenso. En tal caso es fundamental tomarse el tiempo necesario y concentrarse en el problema con calma. La primera fase consiste en comprender el traumatismo: hay que retomar la disección para realizar, si no se había efectuado antes, una radiografía. La colangiografía puede mostrar una extravasación, una interrupción súbita o una opacificación incompleta del árbol biliar. En tal caso, hay que reorientar la situación y, por lo general, a menos que se trate de un problema sencillo a nivel del conducto cístico o que el cirujano tenga una gran experiencia en cirugía hepatobiliar y en laparoscopia, se debe convertir el procedimiento a una vía abierta.



Figura 8: Colangiografía intraoperatoria que permite detectar una lesión: ausencia de opacificación del conducto colédoco por encima del conducto cístico con una fístula correspondiente a una sección del conducto hepático común.
Figura 9: Colangiografía intraoperatoria: ausencia de opacificación de la zona inferior del colédoco correspondiente a la colocación de un clip distal a la opacificación, que se limita a las vías derechas: el diagnóstico topográfico sólo puede confirmarse con certeza cuando se haya inyectado contraste en el resto del árbol biliar, pero es muy probable que se trate en este caso de un conducto cístico derecho.







Figura : Colangiografía intraoperatoria: lesión del conducto posterolateral de implantación baja, con cálculo en la porción inferior del colédoco.

 






 

Figura: A, B. Colangiografía con ausencia de contraste en el conducto segmentario posterolateral. C a E. El conducto segmentario se identifica y se inyecta contraste. El árbol biliar intrahepático se reconstruye mentalmente.

Llegados a este punto, conviene recordar dos principios fundamentales.
              Si las condiciones locales son muy desfavorables o si el cirujano es inexperto, está contraindicado intentar una reparación primaria: hay que colocar un drenaje con una lámina en contacto con la lesión o mediante la intubación del conducto lesionado con un pequeño drenaje de látex como un drenaje de Kehr o de otro tipo, en ocasiones antes incluso de la conversión. Esta actitud es la mejor opción por dos motivos:
○se ha demostrado que una reparación primaria mal realizada conlleva un pronóstico muy malo de la herida;
○en caso de demanda medico legal, el hecho de que la reparación se realice en un centro terciario especializado al que se haya remitido al paciente siempre es un punto positivo para la defensa del cirujano.
Si se opta por la conversión, dicha conversión debe realizarse adecuadamente: requiere recolocar por completo al paciente, en el que debe realizarse separación y exposición del campo quirúrgico. La vía subcostal derecha es una incisión adecuada, pero también puede utilizarse una incisión medial, dependiendo del morfotipo del paciente. A continuación, se efectúa el estudio de las lesiones guiándose con las imágenes de la colangiografía, procurando no realizar una disección amplia del conducto colédoco, con el fin de no desvascularizarla y de no agravar las lesiones.
Se pueden realizar varios procedimientos, cada uno con sus indicaciones.

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