Colecistectomía abierta



Colecistectomía abierta
Dr. Juan Hernández Orduña
           

     A partir de la década de 1990, la cirugía de la vesícula biliar ha experimentado una evolución considerable, y en la actualidad la vía laparoscópica se considera como la intervención de referencia para el tratamiento de la colelitiasis sintomática. A pesar del amplio retroceso de sus indicaciones, la colecistectomía por laparotomía sigue teniendo un lugar propio cuando hay contraindicaciones para la conversión o si la vía laparoscópica presenta complicaciones.
   Algunas situaciones quirúrgicas son más difíciles de tratar por vía laparoscópica que por laparotomía, y no hay que imponer a toda costa una técnica, sino adaptarla a las lesiones existentes en función de la experiencia.
La colecistectomía laparoscópica sólo debería ser utilizada por cirujanos que puedan llevar a cabo la extirpación de la vesícula en condiciones a veces difíciles de hemorragia o de lesión de la vía biliar.
   Las complicaciones de la colecistectomía efectuada por vía laparoscópica siguen siendo 2-3 veces más frecuentes que las de la laparotomía. Deberían disminuir y asemejarse a las de la colecistectomía a cielo abierto, cuya antigüedad hace de ella una operación simple y segura, siempre que se tomen algunas precauciones, que adquieren toda su relevancia en determinadas situaciones difíciles.

Indicaciones
La cirugía de la vesícula por laparotomía sólo pone de manifiesto las contraindicaciones de la colecistectomía laparoscópica (Perniceni, 2001).
Contraindicaciones técnicas de la laparoscopia:
1.             ausencia de consentimiento del enfermo tras una información honesta y clara;
2.             carencia de un instrumental completo y funcional.
Colecistectomía asociada a otra intervención durante una cirugía abierta
Contraindicaciones médicas: las complicaciones generales de las colecistectomías correlacionan de forma directa con la existencia de factores de riesgo asociados que, si se agravan durante el período quirúrgico, pueden poner en peligro los beneficios de la intervención. La consulta de anestesia es la ocasión idónea para valorar el riesgo y plantear la conveniencia de la cirugía laparoscópica: las contraindicaciones esenciales son las derivadas de las complicaciones cardiorrespiratorias del neumoperitoneo: cardiopatías congestivas descompensadas, enfisema bulloso pulmonar, pacientes hipovolémicos y en estado de shock séptico; la hipertensión portal y las coagulopatías primarias o secundarias difíciles de estabilizar conllevan un riesgo de hemostasia difícil (aunque la hemostasia también puede ser difícil en la intervención a cielo abierto); otras situaciones más infrecuentes que pueden presentarse son la hipertensión intracraneal, la derivación ventriculoperitoneal y el glaucoma de ángulo cerrado

Conversión: la mayoría de las conversiones se deben a dificultades en la disección y a una anatomía incierta (Shea, 1996. Addison, 1988). La frecuencia de las conversiones varía entre el 5 y el 20%, y depende de la experiencia del cirujano y de las lesiones encontradas.
   La probabilidad de conversión aumenta después de las primeras 48 horas de evolución de una colecistitis, cuando el grosor de la pared vesicular es mayor de 7 mm y cuando la leucocitosis es superior a 15.000 (Rosen, 2002). Para intentar reducir la frecuencia de las conversiones, se  proponen  otros factores predictivos tales como la defensa en el hipocondrio derecho, los antecedentes de cirugía supramesocólica, el derrame perivesicular, la edad y los factores de comorbilidad (Pessaux, 2000). En estos casos sería lógico prever la conversión y decidirse de entrada por un acceso laparotómico.
   Las decisiones de conversión por dificultades después de intentos prolongados e infructuosos son una fuente segura de morbilidad. Las publicaciones aluden incluso a una mayor frecuencia de los traumatismos de las vías biliares y de las complicaciones respiratorias en los casos de conversiones que se retrasan durante demasiado tiempo (Kama, 2001. Taragona, 1998).
   En caso de dificultad para identificar el conducto cístico, de implantación de un conducto principal en la vecindad de la unión de la vesícula y el cístico, de un derrame biliar inexplicado, o de una hemorragia difícil de controlar, hay que saber renunciar y recurrir a la laparotomía. Las hemorragias que no se controlan con rapidez y las lesiones de la vía biliar son indicaciones para la conversión. La conversión a laparotomía no debe considerarse como una complicación ni un fracaso de la intervención laparoscópica, sino una medida de prudencia, y la decisión debe tomarse con relativa rapidez ( Pessaux, 2000).

Tratamiento quirúrgico.
Debe pensarse en iniciar el procedimiento a cielo abierto  cuando:
1.             Se sospecha que la vesícula se encuentra perforada, con leucocitosis mayor a 20 000, fiebre elevada y Plastrón palpable, ya que el índice de conversión de la laparoscopia es mayor a 50%.
2.             En caso de sospecha de Coledocolitiasis y que el cirujano no tenga experiencia o instrumental quirúrgico laparoscopico apropiado para realizar la exploración de la vía biliar de esa manera.
3.             Sospecha de fistula colecistoenterica, al observar neumobilia en la placa simple de abdomen o en el USG.
4.             Sospecha de Cáncer.

Cuidados preoperatorios Antibioticoterapia
   Tiene como principio participar en la reducción de las infecciones relacionadas con el acto operatorio, sin pretender suprimirlas. Complementa otras medidas (preparación cutánea, control de la hemostasia) que tienen el mismo objetivo. Generalmente, las vías biliares son medios estériles o con escasa flora microbiana. La flora bacteriana que puede estar presente (Escherichia coli, Klebsiella, estreptococo o anaerobio) es la principal responsable de los abcesos de pared.
   La antibioticoterapia de las colecistitis comienza antes de la intervención y se mantiene durante 5 días en el postoperatorio. Algunos no usan antibioprofilaxis en la cirugía videolaparascópica de la C.A. Solo indican tratamiento antibiótico cuando encuentran una condición que lo requiera, tal como: empiema vesicular, absceso vesicular o hepático, gangrena vesicular o peritonitis biliar.
Otros grupos usan de regla antibioprofilaxis con Cefalosporinas. El riesgo de infección no aparece hasta que el número de bacterias es superior a 104/ml pero parece aumentar en determinadas circunstancias: obesidad, antecedentes de colecistitis, diabetes, edad superior a 70 años. Se han llevado a cabo numerosos estudios que muestran resultados comparables con la utilización de penicilinas, cefalosporinas, ureidopenicilinas que permiten reducir la incidencia de los abcesos de pared, la cual varía entre el 0 y el 4 % según estudios realizados en colecistectomías en frío. La antibioticoterapia profiláctica consiste tan sólo en la administración de una inyección en el momento de inducción anestésica.
   La antibioticoterapia de colecistectomías agudas se inicia antes de la intervención quirúrgica y prosigue durante el postoperatorio. Puede adaptarse en función de los resultados de las muestras bacteriológicas peroperatorias y del antibiograma. (Taragona, 1998).

Prevención de las trombosis venosas postoperatorias
   Es una medida sistemática que debe iniciarse al mismo tiempo que se hace la premedicación. Se utilizan heparinas de bajo peso molecular (HBPM), con una posología que integra los riesgos específicos relacionados con los antecedentes del paciente y se asocian a medias de compresión elástica. El uso de los antiinflamatorios no esteroideos para la analgesia postoperatoria puede potenciar los efectos de las HBPM.

Prevención de las flebitis
Es sistemática y recurre a vendas de contención elástica, a la heparina cálcica o a las heparinas de bajo peso molecular.

Evaluación y prevención del riesgo operatorio
   Las complicaciones generales de las colecistectomías están condicionadas principalmente por la existencia de una o varias patologías asociadas que se agravan durante el periodo operatorio, pudiendo amenazar los beneficios de la intervención.
Son, esencialmente, la existencia de trastornos cardiovasculares, de una patología respiratoria, de un desequilibrio nutricional, de una alteración de la función renal o hepática (lee, 2004) las que pueden comprometer el pronóstico vital. En otro fascículo de este tratado se analizan estos diferentes trastornos junto con las diferentes medidas a seguir para disminuir la frecuencia de complicaciones (Daou, 1998).

Preparación quirúrgica
Colecistectomía habitual

El paciente se sitúa en decúbito supino, en horizontal, sobre una mesa que permita la inclinación y la colocación de arcos (Hautefeuille o Toupet) para la instalación de un separador del hipocondrio derecho. La instalación se completa con una mesa auxiliar para el instrumental; el cirujano se sitúa a la derecha y el ayudante frente a él.  El campo quirúrgico se aísla con un campo adhesivo.
Técnica quirúrgica
El acceso a la vesícula se realiza a través de una incisión subcostal u horizontal, según la morfología del paciente que permita, al menos, la introducción de una mano en el campo operatorio para poder controlar el pedículo hepático. Para elegir el lugar y del tamaño de la incisión , el cirujano deberá tener en cuenta la obesidad, las dificultades previsibles de la operación, los antecedentes quirúrgicos del compartimento supramesocólico, los cuadros anteriores de colecistitis y la asociación a otra intervención abdominal. La víspera de la operación se puede señalar en un pliegue el trazado de la incisión con un rotulador dermográfico.


   En principio, la región infrahepática está libre . A veces es necesario liberar algunas adherencias epiploicas o del ligamento colecistoduodenocólico hasta el cuello vesícular. A partir de este momento, se puede completar la exposición con la colocación de uno o dos campos húmedos detrás del hígado y de una lámina maleable fijada a una valva autostática que levanta el segmento IV. Una mecha de «próstata» obtura el hiato de Winslow. Un campo abierto sobre el duodeno, el píloro y el epiplón permitirá al ayudante tensar el pedículo hepático (fig. 2 B).



Exposición de la región subhepática
A.      1. Vesícula;  2. Duodeno;  Colon.
B.      Campo quirúrgico.

Una buena exposición del pedículo hepático es esencial antes de iniciar cualquier disección quirúrgica. El pedículo hepático se expone en un plano constituido por un espacio superoinferior retrayendo hacia arriba la cara inferior del segmento IV y hacia abajo el bloque duodenopancreático. En la cirugía abierta se utiliza una válvula maleable para elevar el hígado y de la mano del primer auxiliar para descender la primera porción del duodeno.



 Representación esquemática de la exposición del pedículo hepático mediante laparotomía.

El primer tiempo de la intervención implica la individualización de los elementos del triángulo de Calot (fig. 3) (conducto hepático, conducto cístico, arteria cística) (Corlette, 1975).

Fig. 3 Triángulos de Budde (1) y de Calot (2): Conducto cístico, conducto hepático, borde inferior del hígado.
   No debe hacerse ninguna ligadura antes de haberse aislado perfectamente estos elementos.  El cirujano tracciona la vesícula biliar mediante una pinza de Duval mientras que el ayudante, con su mano izquierda, desciende el duodeno, extiende y verticaliza el pedículo hepático.
   Si la vesícula está tensa e inflamada, se hallará cubierta por un epiplón engrosado. El colon y el duodeno pueden participar en esta cobertura inflamatoria.
   La liberación con el dedo o mediante disección roma con tijeras cerradas suele ser fácil y permite levantar el molde epiploico inflamatorio hasta el pedículo hepático.
   Si hay un cálculo enclavado por encima del infundíbulo vesicular, éste se encontrará distendido y situado por detrás del pedículo hepático; hay que desenclavarlo poco a poco para devolverlo a su posición habitual.
   La evacuación del contenido biliar facilita la continuación de la intervención y los cálculos La primera fase de la intervención es la búsqueda del conducto cístico. En las formas evolucionadas de colecistitis aguda no es posible utilizar las referencias clásicas de los triángulos de Budde y de Calot.
   Después de haber liberado la vesícula del duodeno, hay que hacer una incisión en el relieve engrosado del peritoneo a la altura del cuello vesicular, primero en su superficie posterior y después en la anterior hasta el hígado. Esta maniobra mejora la seguridad de la búsqueda de la arteria y del conducto cístico.
Ligamento colecistoduodenal






Visión laparoscópica de la vesícula biliar. Ligamento colecistoduodenal (flecha).
A.              Cara posteroinferior del ligamento colecistoduodenal (flecha). Continuidad con el peritoneo vesicular (Línea de puntos).

 
igamento colecistoduodenal
A.              Liberación de la hoja anterosuperior del ligamento colecistoduodenal.
B.             Liberación de la hoja posteroinferior del ligamento colecistoduodenal. La línea de puntos marca la apertura del peritoneo.

   Con  tijeras  de  punta  ancha  o  mediante  torundas  montadas,  se  rechaza  hacia  dentro  el  tejido engrosado subperitoneal.
   Se coloca una segunda pinza de Duval en el cuello vesicular, teniendo cuidado para no aplastar los cálculos y para que no se desplacen hacia el conducto cístico.





   La disección prosigue en contacto con la vesícula, sin tratar de identificar la convergencia entre el cístico y el colédoco.
La arteria cística se encuentra por encima del conducto cístico y se la busca de la misma forma, en contacto con la vesícula. A veces se divide en dos ramas que también pueden proceder de dos arterias distintas.


La arteria se secciona entre dos clips, en contacto con la vesícula.
Si la arteria es doble, será mejor hacer la hemostasia de las dos ramas por separado que empujarla en sentido medial para hacer un solo corte.
Este corte separa el borde izquierdo de la vesícula y asegura que el conducto hepático derecho no se encontrará en posición de convergencia escalonada, o de una fístula biliobiliar del conducto hepático común. Sólo después de haber efectuado esta gran abertura, se liga el conducto cístico en su extremo derecho, dejando un hilo de marcaje largo a distancia de la vía biliar principal.
Colecistectomía anterógrada
La extirpación de la vesícula biliar, después de ligar los componentes del pedículo cístico, puede hacerse de atrás hacia delante, y los principios siguen siendo los mismos.
El cirujano tensa el cuello vesicular con la mano izquierda mientras corta poco a poco el peritoneo para liberar la vesícula.


Colecistectomía retrograda
Esta técnica de disecar en primer lugar el pedículo cístico define la colecistectomía retrógrada. En la que la extirpación de la vesícula se hace de delante atrás o de atrás delante, según las preferencias de cada cirujano.


   El fondo vesicular se toma con una pinza de Duval. El peritoneo se coagula a medio centímetro del hígado, de delante atrás, se secciona en contacto con la vesícula sin romper el lecho vesicular y la vesícula se separa progresivamente del hígado. Esta disección interhepatovesicular, que a menudo se efectúa con bisturí eléctrico, se lleva a cabo desde el fondo vesicular hacia el infundíbulo. El final de la separación se hace con cuidado, ya que en este punto pueden encontrarse un canalículo biliar accesorio y una o dos venas císticas que quizá requieran la colocación de clips. En ese momento, la vesícula ya se ha liberado por completo y sólo se mantiene en su localización gracias al conducto cístico.

Colangiografía
   Si el cirujano decide hacer una colangiografía, tensará el conducto cístico con la pinza de Duval colocada en el cuello y, con el disector, hará pasar por delante del primero un segundo hilo que servirá para fijar el catéter. Se exprime el conducto cístico con el disector para extraer un posible cálculo pequeño.
El catéter, previamente purgado con suero fisiológico, se fija con un hilo o un clip no muy apretado.
   Si el cístico es muy delgado, podrá dilatarse con la punta de una pinza fina. La cánula puede apoyarse en los repliegues valvulares de Heister, pero para encontrar el paso suele bastar con una presión suave. La salida de bilis indica que el catéter se encuentra bien colocado.  Se exprime delicadamente el conducto cístico con un disector para extraer un posible cálculo pequeño a nivel del conducto cístico. Se introduce por la abertura la cánula de Caroli de extremo romo y abultamiento elipsoidal (fig. 8). Es mejor introducirla con el dedo o mediante una pinza de Kelly.



Figura. Canulación del conducto cístico. Vía biliar intrahepatica.

  Se puede dilatar un cístico muy fino con las mandíbulas la mordaza de una pinza de Leriche introducida en la luz. La cánula puede chocar con los repliegues valvulares de Heister, pero una presión suave permite generalmente encontrar el pasaje.
La salida de bilis representa la buena posición de la cánula. El hilo se liga por encima del abultamiento elipsoidal. Se secciona el cístico (fig. 9).


Figura. Exceresis de la vesicula y colangiografia.

  Se conecta la cánula al aparato de colangiografía sin introducir burbujas de aire. Se retiran los separadores y las pinzas metálicas susceptibles de ser proyectadas sobre las placas radiográficas. Un campo estéril protege la región operatoria y la mesa del instrumental. Utilizamos un amplificador de brillo que permite el control televisado del llenado del colédoco y la realización de radiografías. Antes de la intervención se realizó una radiografía de prueba.
   Es habitual hacer tres radiografías: una en capa fina tras perfundir 0,5-2 ml de contraste, lo que evita enmascarar un cálculo pequeño, una segunda con 2-5 ml que opacifican la región del esfínter de Oddi con paso al duodeno y la tercera con hiperpresión para visualizar las vías biliares intrahepáticas en un hepatograma completo.
  Tras haber comprobado que las vías biliares intra y extrahepáticas están libres e íntegras, se vuelve a asir el conducto cístico para ligarlo con un hilo de reabsorción lenta.
   La presión residual que se obtiene se sitúa entre 8 y 12 cm de agua. Después del control del vaciamiento de la vía biliar principal, se secciona el hilo que fija la cánula y el cístico se vuelve a pinzar para ligarlo. Sólo se recorta el conducto cístico sobrante en el caso de que éste sea muy largo y se pueda retirar fácilmente. Bajo ningún pretexto se debe disecar hasta su implantación hepática. Éste se liga con un hilo fino de reabsorción lenta, a menudo por transfixión con aguja. Se termina la intervención con un control cuidadoso de la hemostasia mediante una pinza fina o con torunda a nivel del lecho vesicular.
   Con una compresa seca se comprueba la ausencia de fugas de bilis en el lecho vesicular. Se retiran los campos, se aspira el derrame y se reposicionan el duodeno, el colon y el epiplón mayor en el hipocondrio derecho. Numerosos estudios han demostrado que el drenaje no es necesario en estas colecistectomías simples. Si fuese necesario controlar las disecciones del hipocondrio derecho, se colocará un drenaje de Penrose o un multitubo a nivel del hiato de Winslow que saldrá por una contraincisión derecha en declive. La aspiración gástrica no es necesaria; el paciente se pondrá de pie precozmente y la alimentación oral reiniciará al día siguiente.
   La intervención se concluye con el control de la hemostasia y la comprobación de la ausencia de derrame biliar en el lecho vesicular con una compresa seca. Se vuelven a colocar en su lugar en el hipocondrio derecho el duodeno, el colon y el omento mayor. En estas colecistectomías  no  es necesario utilizar un drenaje, siempre que la hemostasia y la biliostasia se hayan controlado a la perfección y que no se haya producido una contaminación bacteriana perivesicular. Si se considera necesario controlar los exudados, se colocará una drenaje de Penrose o multitubulado en el hiato de Winslow, sacándolo por una contraincisión derecha en una zona declive. La incisión se cierra con sutura continua, usando un hilo de reabsorción lenta. No es necesario colocar una sonda gástrica, y la alimentación líquida puede reanudarse la misma tarde de la intervención. Dificultades durante la liberación de la vesícula Si hay antecedentes de brotes repetidos de colecistitis (aguda enfriada), podrá modificarse la técnica de la liberación vesicular y de la propia colecistectomía. Pueden surgir dificultades previsibles o imprevistas, tales como adherencias antiguas y organizadas. No hay que tratar de romperlas con el dedo, sino liberarlas de manera progresiva con una serie de coagulaciones y cortes. La tracción sólo conducirá a lacerar la cápsula del hígado.

Dificultades en la parte inferior
Estos obstáculos son de tres tipos y pueden combinarse. Se trata de las adherencias epiploicas, cólicas o duodenales, que conviene consultar en el artículo sobre las fístulas colecistodigestivas. Liberación de las adherencias de la región subhepática.





Dificultades en la parte superior y hacia el hígado
    La primera referencia que debe verse es el borde anterior del hígado. La liberación debe comenzar por la cara inferior de éste, a la derecha de la vesícula, en ocasiones hasta el surco parietocólico.
La disección se efectúa de derecha a izquierda y desde los planos superficiales a los profundos.
   Las tijeras permanecen en contacto con el hígado, cuya cara inferior, situada a la derecha de la vesícula, se libera de esta forma.
   Una vez alcanzado el fondo de la vesícula, el ayudante la toma con una pinza de Duval.
La disección prosigue por la cara inferior de la vesícula, sin que las tijeras, en la mano izquierda del cirujano, abandonen el contacto con su pared, progresando paso a paso hacia el hiato de Winslow, donde el índice del cirujano debe poder introducirse al acabar la disección.
  A veces, las adherencias desbordan el lado izquierdo y llegan hasta el ligamento redondo.
   Una vez liberada la vesícula, hay que identificar a la izquierda el borde anterior del hígado, a la derecha del ligamento redondo y, a continuación, liberar la cara anterior del pedículo hepático que ofrece un aspecto nacarado.  Son las principales y las que pueden tener consecuencias más graves.
  De forma más o menos asociada pueden encontrarse fenómenos inflamatorios, retracción esclerosa, remodelaciones anatómicas o fístulas biliobiliares.
   Las dificultades y los peligros de estas colecistectomías radican en el cuello vesicular, a causa de las adherencias más o menos inflamatorias y más o menos íntimas que pueden haberse formado con el pedículo hepático y la vía biliar principal y pueden obligar a modificar la técnica quirúrgica.

Colecistectomía anterógrada
   La vesícula puede estar retraída, pequeña e indurada en la fosa vesicular, puede adherirse firmemente al hígado y al conducto hepático común, formando un bloque escleroso cuya disección puede ser difícil. Cuando la remodelación local hace que el control en primer lugar del pedículo cístico sea peligroso, la colecistectomía se efectuará por vía anterógrada.
En algunos casos, es mejor comenzar este despegamiento en la parte media de la vesícula, que se desprende progresivamente del lecho vesicular.
Por detrás no hay que buscar el pedículo cístico, sino el cuello. Se corta el peritoneo por delante y por detrás sobre el cuello vesicular.

Técnica habitual
Esta incisión peritoneal permite exteriorizar el cuello vesicular, alejarse del pedículo hepático y encontrar un plano de separación entre el conducto hepático y el cuello, con lo que puede individualizarse el conducto cístico hacia abajo; la arteria cística está en contacto con la vesícula y la intervención puede proseguir según la técnica habitual.
Si esta maniobra fracasa y todos los planos están fijados, será preferible proseguir «a vesícula abierta».

Colecistectomía con vesícula Abierta
Se abre ampliamente la vesícula en el infundíbulo, lo que permite extraer los cálculos enclavados.
Una vez lavada con povidona yodada disuelta en suero, se explora el interior de la vesícula, se localiza la salida de la bilis y se cateteriza el cístico. Si es posible identificar la vía biliar, podrá terminarse la colecistectomía.  El cirujano se ayuda con su dedo índice derecho introducido en el cuello vesicular.







Colecistectomía anterógrada.
A.      Incisión del peritoneo en su parte media.
B.      Abertura de la vesícula.
C.      Extracción de los cálculos.
D.     Hemostasia de la arteria cística en la pared vesicular.
E.      Colecistectomía con abandono de un reborde vesicular.

   Si  no es posible individualizar la vía biliar ni encontrar ningún plano de disección, lo prudente será cortar por completo la vesícula sobre la vertiente derecha del cuello y dejar un manguito vesicular sobre el borde derecho del pedículo hepático.
La hemostasia de las ramas de la arteria cística se asegura con puntos en X sobre la pared vesicular y se completa con la destrucción de la mucosa usando el bisturí eléctrico. La obstrucción completa se garantiza con una serie de puntos en X con hilo de reabsorción lenta. La exploración radiológica de la vía biliar principal determinará si se coloca un posible drenaje biliar externo. En las colecistectomías difíciles es indispensable dejar un drenaje subhepático.

COLECISTECTOMÍA PARCIAL







COLECISTOSTOMÍA

VESÍCULA GANGRENADA Y PIOCOLECISTO


Colecistectomía por minilaparotomía
Incluso antes del desarrollo de la colecistectomía laparoscópica, existía una tendencia, por motivos estéticos, a acortar y horizontalizar la incisión. Estas incisiones cortas tenían la ventaja de reducir la hospitalización, facilitar el postoperatorio y disminuir las complicaciones de la reparación parietal.
La colecistectomía por minilaparotomía es una alternativa útil en caso de contraindicación de la cirugía laparoscópica. Esta técnica no difiere más que en el hecho de que el tamaño de la incisión requiere algún instrumental y maniobras especiales. ( Ros, 2001)
El cirujano debe disponer de valvas autoestáticas curvas y estrechas, de curvatura variada, de varios juegos de valvas vaginales estrechas y de longitud variable, de un juego de instrumentos largos (pinzas de coagulación, de Babcock, de Duval, de Bengolea, tijeras de Metzenbaum, pinza para clips), campos abdominales pequeños, mechas de próstata, pinzas largas y portatorundas.
La víspera de la intervención, se marca la incisión con un rotulador dermográfico en un pliegue abdominal. Debe medir 5-6 cm y su dirección puede ser horizontal u oblicua. También puede ser alta o baja, siguiendo la disposición de los pliegues. Si la incisión es alta, el corte se practicará perpendicular a la vaina del músculo recto anterior, al vientre muscular y a la vaina posterior, con una hemostasia minuciosa.
Sólo en los pacientes muy delgados y sin problemas quirúrgicos previsibles será posible limitarse a aislar el vientre muscular, rechazándolo enérgicamente en sentido medial.
Si la incisión es baja, una vez efectuada la sección cutánea, se colocarán dos separadores de Farabeuf bajo su borde superior para descubrir la fascia del recto anterior lo más alto posible.
En estas incisiones bajas siempre es prudente cortar el músculo recto. Se coloca en su sitio el separador autoestático. El ayudante inclina el hígado con una valva vaginal estrecha y una torunda montada, colocando después una valva maleable protegida con un campo pequeño para exponer el pedículo hepático mientras que el cirujano expone el cuello vesicular con una pieza larga de Babcock y diseca los elementos del triángulo de Calot , el conducto hepático, el cístico y la arteria cística. (Dubois, 1982.)
No se efectúa ninguna ligadura antes de haber aislado perfectamente estos elementos.
Durante la fase de la colecistectomía propiamente dicha, la vesícula se entierra progresivamente en la profundidad del campo quirúrgico; su extracción por la incisión obstruiría el orificio de la misma.
En todo momento es posible agrandar la incisión, en ocasiones cortando el recto anterior a la izquierda en los pacientes de estatura baja mediante una incisión alta.

Fístulas biliodigestivas
Las crisis inflamatorias sucesivas de colecistitis pueden dar lugar a la formación de fístulas biliodigestivas De éstas, las colecistoduodenales son mucho más frecuentes que las colecistocólicas. En general, se descubren durante la intervención y, aunque no constituyen una contraindicación absoluta para la vía laparoscópica exigen una gran experiencia.

Fístulas colecistoduodenales
Son las fístulas colecistodigestivas más frecuentes. Durante la liberación de una vesícula, a menudo escleroatrófica, puede descubrirse una adherencia muy tirante que impida la disección.
Cuando se sospeche una fístula, hay que aislarla a ambos lados, derecho e izquierdo y la separación de los dos órganos se hará de la parte vesicular.  El orificio suele ser de pequeño tamaño.
Los bordes duodenales refrescados se suturan en un plano con hilo reabsorbible.






Las dificultades podrán ser más significativas si el duodeno está inmerso en profundidad entre la vesícula escleroatrófica y el colédoco.
En estos casos se plantea de nuevo el problema de las colecistectomías difíciles: abertura de la vesícula, evacuación del contenido, colangiografía con una sonda pequeña de Foley y localización del colédoco antes de la sutura del duodeno en una zona sana.

Fístulas colecistocólicas
Son mucho menos frecuentes y la mayoría se localiza en el fondo vesicular. La lesión cólica se sutura o se cierra con grapas mecánicas tras refrescar la herida y se aísla con una epiploplastia.

Fístulas biliobiliares
No son muy habituales, pero hay que  pensar en ellas ante una vesícula escleroatrófica difícil de individualizar y rodeada de adherencias inflamatorias muy tirantes.
Por lo general, se distinguen dos tipos de fístulas, pero en la intervención es muy difícil diferenciarlas. En estos casos, se corre un gran riesgo de romper la vía biliar principal.
Lo más prudente es abrir de manera deliberada la vesícula biliar por su parte media.
Tras extraer el cálculo bloqueado en la confluencia del cístico y el colédoco o en la fístula, se produce una salida de bilis que permite identificar el orificio fistuloso.




Fístulas biliobiliares de tipo I y II.



 
   Para reconocer las lesiones y localizar la vía biliar principal antes de proseguir la disección,  es necesario hacer una colangiografía que se efectúa fácilmente mediante una sonda de Foley pequeña, cuyo balón, al inflarlo, se adapte al fondo vesicular abierto. Esta exploración asistida por coledoscopia revela la litiasis coledociana que a menudo se asocia.
  La colecistectomía realizada con prudencia se interrumpe a una distancia de 1 cm del orificio fistuloso que corresponde a la pared derecha de la vía biliar principal, conservando un reborde de vesícula.
   La localización del o de los orificios permite identificar la vía biliar principal.
   La reparación es variable, dependiendo del número y del tamaño de los orificios y del diámetro de la vía biliar. Si la fístula es pequeña, se colocará un drenaje de Kehr en la vía biliar y se cerrará el orificio con algunos puntos de hilo de reabsorción lenta.



   Si la ruptura es más extensa, el reborde vesicular permitirá el cierre de la vía biliar sobre un drenaje de Kehr. Si la pérdida de sustancia en la cara anterior del colédoco es muy amplia, un colgajo de vesícula biliar, fabricado durante la colecistectomía, podrá servir como plastia para el colédoco.
    El recurso a una anastomosis biliodigestiva es excepcional y se reserva para los casos en los que el cálculo ha sido literalmente «expulsado» a la vía biliar. El control radiológico por el drenaje de Kehr confirma la calidad de la reparación y la integridad del árbol biliar.

Dificultades
Hay que realizar una vía de acceso suficiente para exponer bien el pedículo hepático, levantando el hígado, descendiendo el duodeno y despejando el campo quirúrgico.
Sólo en estas condiciones podrá reanudarse la colecistectomía.
Las referencias habituales pueden estar modificadas por infiltraciones hemorrágicas, numerosas coagulaciones, errores del plano de disección y, a veces, por la bilis y los cálculos procedentes de una abertura vesicular.
A veces, en las situaciones complejas es más prudente alejarse del pedículo cístico y reanudar una disección anterógrada a partir de una zona indemne de cualquier disección en la parte media de la vesícula.
Por ruptura de la vía biliar
La decisión de hacer una laparotomía puede tomarse por una lesión quirúrgica de las vías biliares extrahepáticas.
No obstante, conviene recordar que es un accidente grave que hay que saber reconocer durante la intervención inicial y que la reparación inmediata es siempre preferible.
«El cirujano debe conservar su sangre fría y conocer los límites de los recursos de que dispone para evitar que este accidente se transforme en catástrofe»
Prevención de los accidentes de la colecistectomía.

Riesgo de hemorragia
Si no existe un plano de separación interhepatovesicular, el riesgo radica en crear un plano que separe el lecho vesicular del hígado, lo que puede provocar una hemorragia abundante.
No hay inconveniente alguno en entrar en la pared vesicular o incluso en dejar adherida al hígado una parte superior y electro coagular con cuidado la mucosa restante.
Pérdida de control del muñón de la arteria cística: la hemostasia «al vuelo» supone una amenaza para la vía biliar o para su rama derecha y para la rama derecha de la arteria hepática; hay muchas variaciones anatómicas de la irrigación de la vesícula.
Conviene recordar la existencia de arterias císticas cortas y dobles, además de conocer la existencia de una arteria hepática derecha que discurre por detrás del conducto cístico.

Variantes de arteria hepática



A.      Rama derecha de la arteria hepática.
B.      Rama derecha de la arteria hepática que nace de la arteria mesentérica.

Hemorragia
Estas hemorragias son peligrosas, porque pueden provocar la ruptura de la vía biliar principal; hay que exponerlas y limpiarlas perfectamente. En cirugía abierta, la hemostasia suele ser fácil de conseguir. Hay que evitar la colocación de suturas o pinzas a ciegas en un vaso retraído en un campo quirúrgico lleno de sangre.
Debe hacerse de forma electiva tras un control previo de la hemorragia con compresión de la base del pedículo hepático entre dos dedos, con una torunda montada o una pinza vascular. La hemorragia puede proceder de la arteria cística, a veces desdoblada.
La hemostasia de una arteria cística corta puede poner en peligro la arteria hepática, que en este caso se encontrará muy próxima al cuello de la vesícula. La lesión de la arteria hepática común o derecha, o de la vena porta debe repararse con un punto de monofilamento vascular de 6-0. La hemorragia del lecho vesicular suele ser fácil de controlar mediante coagulación con bola, un taponamiento o aplicando un adhesivo biológico.





Riesgo de  lesiones
A.      Riesgo de lesión de la arteria hepática.
B.      Riesgo de lesión del conducto hepático.
C.      Confusión entre el conducto cístico y la vía biliar principal.
  
La dificultad para la disección del trípode cístico y la confusión entre el conducto y la vía biliar principal en el seno de un pedículo inflamatorio es, seguramente, la causa fundamental de lesiones de la vía biliar principal. En este caso, el error está en considerar que cualquier conducto procedente del cuello vesicular es el cístico.

Formas de evitar este error:
•ejercer una tensión contraria del hígado y del duodeno;
•disecar primero, para identificar el conducto cístico y la arteria cística, antes de efectuar cualquier ligadura o corte;
•alejarse del pedículo cístico; lo que hay que buscar no es el conducto cístico, sino el infundíbulo vesicular;
•no dudar en abrir la vesícula antes de que la disección se haga peligrosa por las adherencias del cuello vesicular al pedículo hepático;
•ejercer una tracción moderada sobre la vesícula biliar; una maniobra forzada sólo logrará romper la vía biliar por arrancamiento del cístico.
La escasa longitud del conducto cístico, acompañada de una tracción exagerada de la vesícula, puede hacer que aquél se confunda con el colédoco. Asimismo, un conducto cístico largo situado en «cañón de escopeta» o precoledociano, asociado a una disección demasiado desviada a la izquierda, puede favorecer la ruptura de la vía biliar. La técnica habitual de la colecistectomía que se ha descrito debería evitar que el cirujano incurriera en estos errores.



Existen tres anomalías que merecen ser mencionadas





Variantes biliares
A.      Convergencia baja.
B.      Desembocadura del conducto cístico en el conducto hepático derecho.
C.      Cístico precoledociano.
D.     Cístico corto.

La desembocadura del conducto cístico en el hepático derecho: esta disposición es peligrosa, porque puede hacer que el cirujano confunda el conducto cístico con el conducto lateral derecho.
La implantación directa del conducto lateral derecho en la vesícula: es una anomalía excepcional y no existe ningún método para protegerse de ella con seguridad, salvo la disección cuidadosa. Lo más frecuente es que se trate de una rama pequeña, segmentaria o sectorial, cuya ligadura no tendrá consecuencias. Si se reconoce la ruptura durante la intervención y si es posible sondear el conducto, estará justificado realizar una colangiografía para definir el territorio al que drena. Los conductos biliares aberrantes (en especial el conducto subvesicular) son anomalías morfológicas relativamente frecuentes. Están conectados con los conductos biliares intrahepáticos, pero parecen haber perdido sus relaciones con el parénquima hepático. Si se rompen, es necesario ligarlos.
Las indicaciones de la colecistectomía por laparotomía son infrecuentes en la actualidad, pero los cirujanos deben conocer la exposición y el acceso del pedículo hepático, así como determinadas precauciones, pues pueden verse abocados a extirpar una vesícula biliar en condiciones a veces difíciles de anatomía incierta, de hemorragia o de ruptura biliar (Fourtanier, 2000. Munson, 1994).

Drenajes.
Se usan en caso de requerir drenaje de bilis, pus u otro líquido como el intestinal en el caso de fístulas reparadas o de zonas sospechosas de iatrogenia. Casos que han  resultado  técnicamente muy difíciles y en los cuales la revisión final no permite  descartar una litiasis del colédoco.
Los drenes no son para drenar  sangre. Para instalar los drenes, usamos tubos siliconados delgados El dren es útil, pues en caso de filtración de fluidos endógenos, permite intentar  un tratamiento médico, ya sea aspirando u orientando una fístula biliar externa  o intestinal  y de este modo evitar una re intervención precoz.
Las complicaciones post-operatorias
La fiebre, Ictericia y Peritonitis son tardías. La causa de esta complicación suele ser: lesión inadvertida de la Vía Biliar por sección, quemadura, desgarros o isquemia de la misma; filtraciones a través del cístico al desprenderse los clips en relación con obstrucción litiasica inadvertida del colédoco distal, o por conductos biliares aberrantes. La infección de las heridas operatorias es de menor significado  y poco frecuente, destacando la  onfalitis.
Pueden producirse abscesos intraperitoneales postoperatorios y/o Sepsis debida a colecciones biliares o hemáticas infectadas; o lesiones por perforaciones intestinales que ocurren tardíamente como consecuencia de la caída de escaras secundarias a quemaduras no pesquisadas inicialmente. Esto ocurre           aproximadamente           en           el           0.2%           de           los            casos. También se han  descrito cuadros  de Pancreatitis  aguda postoperatoria.
Esta complicación, afortunadamente es muy poco frecuente. Otra complicación postoperatoria tardía es la aparición de Hernias Incisionales, en relación a los orificios de entrada de los trocares, especialmente el peri umbilical, sobre todo en pacientes sometidos a ampliación.

Síndrome postcolecistectomía
La reaparición de los síntomas después de colecistectomía  recibe el nombre  de postcolecistectomía. Se han detectado        diversas causas que incluyen cuadros de               vías biliares, páncreas y extrapancreaticobiliares, que no necesariamente guardan relación con los síntomas originales.
Este síndrome es menos frecuente en personas que son atendidas inicialmente por complicaciones de la colelitiasis,
El tratamiento depende de que se identifique la causa primaria u oculta. La diarrea postcolecistectomía puede afectar incluso a 15% de los individuos.
Existe mayor posibilidad de que los síntomas dependan de la mala absorción de ácidos biliares, los que pueden ser tratados  con secuestrantes de ellos.
Vías biliares ( retención de un cálculo en colédoco,, fuga de bilis, estenosis , disfunción de esfínter de Oddi, estenosis de ampolla, neoplasia de ampolla, coledococele, conducto cístico largo, neuroma posoperatorio.)
Páncreas (pancreatitis, seudoquiste, neoplasia, páncreas divusum o anular) Cuadro extrapancreaticobiliar (adherencias,  SCI, EAP, RGE, Isquemia mesentérica) Extragastrointestinales (psiquiátricas, neurológicas o cardiopulmonares).

Puntos importantes
    Aplicación de una tracción contraria del hígado y del duodeno con verticalización  del pedículo hepático para exponer la región subhepática;
    Disección del infundíbulo vesicular en primer lugar;
    Disección lo más cerca posible de la vesícula;
    Identificación de las distintas estructuras anatómicas antes de efectuar cualquier ligadura;
    Un conducto procedente de la vesícula no siempre es el conducto cístico;
    No hay que dudar en abrir la vesícula antes de que la disección se haga peligrosa;
    La tracción de la vesícula debe ser moderada: una maniobra enérgica sólo conducirá a la ruptura de la vía biliar principal por arrancamiento del cístico.

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