Apendicectomía Laparoscópica texto



APENDICECTOMÍA LAPAROSCÓPICA
Dr. Juan Hernández Orduña.



Semm practicó la primera apendicectomía laparoscópica en 1982. Desde entonces, la comparación con la laparotomía no ha perdido actualidad, como lo demuestra la abundante literatura.
Se sabe que la laparoscopia reduce el dolor, la morbilidad parietal, el perjuicio estético y el tiempo de hospitalización, además de abreviar el período de ausencia laboral. Por el contrario, se trata de una intervención más larga y más cara que la laparotomía, aunque a la hora de analizar costes globales debe estimarse el ahorro obtenido por reducción del tiempo de inactividad. Las complicaciones más frecuentes pueden evitarse si el cirujano sigue un aprendizaje riguroso. Se describirán las dos técnicas vigentes en la actualidad: la apendicectomía totalmente intrabdominal, llamada «in», y la extrabdominal, llamada «out», con su variante por monoacceso transumbilical (Begin).

Indicaciones

En general, la intervención abdominal más común sigue siendo la apendicectomía, pese a que su frecuencia ha disminuido desde hace dos décadas (Msika,1999).
A fin de reducir la cantidad de apendicectomías innecesarias, se han establecido unas escalas clínicas, biológicas y radiológicas, para predecir la apendicitis aguda. En ocasiones, la laparoscopia hace que se rectifique el diagnóstico inicial, pues mediante la exploración abdominal completa se puede descubrir un cuadro distinto y/o comprobar que el apéndice se encuentra sano [Polliand, 2004. Champault, 1997]. Esto atañe, de manera más directa, a las mujeres en período de actividad genital [Sauderland, 2004]. Se ha calculado un 5% de conversiones a la laparotomía [Liu, 2002]. Los siguientes factores tienen valor para predecir la conversión: existencia de una masa o de un absceso en las exploraciones preoperatorias, edad superior a 65 años [Guller, 2004] y experiencia del cirujano [Noble, 2003]. La principal causa de conversión es el plastrón apendicular.
Para  la  apendicectomía  valen  las  contraindicaciones  de  cualquier  laparoscopia:  los  antecedentes múltiples de cirugía abdominal (contraindicación relativa) y la deficiencia visceral que impide la creación de un neumoperitoneo.
En el niño, el acceso laparoscópico se rige por los mismos principios técnicos que en el adulto, y arroja los mismos resultados (El Ghoneimi, 1994. Lee, 2003. Ikeda, 2004. Steyaert, 1999)
Principios técnicos Consentimiento informado
El consentimiento del paciente se obtiene después de haberle brindado información clara y precisa sobre el supuesto diagnóstico, las diversas técnicas, con sus ventajas e inconvenientes, y las posibles complicaciones, incluidas las más excepcionales. Tras la operación, se le explica en qué ha consistido, y se le entrega un documento escrito donde se confirma la exéresis del apéndice pese a la ausencia de incisión en la fosa ilíaca derecha.
Preparación y anestesia
En la consulta preanestésica, además de efectuar las exploraciones de rutina, se averigua si existen factores que puedan contraindicar la creación del neumoperitoneo. La preparación local comprende el rasurado abdominal, la desinfección umbilical y la evacuación de la vejiga por micción. Si el diagnóstico plantea dudas en una mujer, puede justificarse la colocación de una sonda. Se prescribe una profilaxis antibiótica de manera sistemática.

Colocación del paciente
El paciente se coloca en decúbito dorsal, con ambos brazos a lo largo del cuerpo y los miembros inferiores sobre apoyos para que, si es necesario, el cirujano pueda colocarse entre las piernas. La mesa tiene que poder adoptar las posiciones de Trendelemburg, proclive y lateral izquierda o derecha. El amplio campo quirúrgico expone la totalidad del abdomen, de modo que se puedan colocar trocares complementarios. El cirujano se sitúa a la izquierda del paciente, el asistente frente a él, y el instrumentista a su izquierda (Figura 1A).
Como en todo procedimiento laparoscópico, el eje visual del cirujano, la zona que se va a intervenir y la pantalla deben encontrarse sobre una misma línea (Figura 1B). La pantalla se desplaza según la situación del apéndice: hacia la parte inferior derecha del paciente, si es normotópico, y hacia la parte superior derecha, si está en posición alta infrahepática.




Figura 1.  A. Posición del paciente y del equipo quirúrgico (A: Ayudante, C: cirujano, I: instrumentista)
B. Eje cirujano-zona quirúrgica-monitor. 1. Sistema óptico; 2. Eje de visión; 3. Monitor.

Material
El instrumental es el mismo para todas la técnicas (Figura 2 A-C), a excepción de la vía transumbilical, que tiene el suyo propio (Figura 2B). Comprende:
           un sistema de vídeo completo (Figura 2A);
           una óptica de visión recta o fore-oblique de 30° o 45°;
           un bisturí eléctrico, que posibilita la coagulación mono o bipolar;
           un sistema de irrigación y lavado de alto flujo;
           una aguja tipo Veress;
           dos pequeños separadores tipo Chigot de 5 mm;
           un trocar óptico T1 de 10 mm;
           un trocar operatorio T2 de 5 o 10 mm y, si fuese necesario, uno de 12 mm;
           un segundo trocar operatorio T3 de 5 mm;
           una pinza coagulante bipolar de 5 mm;
           tijeras de 5 mm, que posibilitan la coagulación mono o bipolar;
           un juego de pinzas fenestradas atraumáticas de 5 mm;
           un palpador de 5 mm;
           un empujanudos;
           uno o dos portaagujas;
           una cánula de aspiración-lavado de 5 o 10 mm;
           una bolsa para extraer los tejidos.

Para practicar la técnica extraabdominal transumbilical, se necesita una óptica específica con conducto operatorio. Las pinzas, el coagulador, el aspirador y las tijeras deben ser lo suficientemente largos.
Los instrumentos auxiliares para cerrar los orificios de trocares son idénticos en todas las técnicas.




Figura 2 :
A.         Circuito vídeo con óptica a 30 o 45°. 1. Cámara; 2. insuflador; 3. procesador de vídeo; 4. fuente de luz fría; 5. sistema de fotografía; 6. monitor.
B.         Material para apendicectomía transumbilical asistida por vídeo: 1. Óptica separada con conducto operatorio; 2. trocar de 10 mm; 3. mandril romo; 4. trocar y mandril de 5 mm; 5. palpador; 6. pinza fina; 7. gancho coagulador; 8. tijeras. 9. aspirador.
C.         Material para apendicectomía laparoscópica; 1. Óptica de 30°; trocar de 10 mm; 3. trocar y mandril romo de 5 mm; 4. pinza bipolar coagulante de 5 mm; 5. pinza atraumática de 5 mm; 6. tijeras de 5 mm;  7.  empujanudos;  8  nudo  prefabricado;  9.  portaagujas;  10.  palpador  romo;  11.  Bolsa  de recuperación para tejidos blandos.

Técnica de apendicectomía totalmente intraabdominal («in») Creación del neumoperitoneo y colocación del trocar óptico T1
Para contar con un campo visual lo más amplio posible, lo ideal es instalar el primer trocar T1 (Figura 3) en el tercio superior de la cavidad abdominal [Sartori, 2004]. Se suele escoger el ombligo por razones estéticas.




Figura 3: Introducción de la óptica bajo control visual.
A.         Incisión umbilical inferior. 1. Tejido subcutáneo; 2. aponeurosis.
B.         Anatomía del anillo umbilical.
C.         Colocación del trocar romo.

Creación del neumoperitoneo con la aguja de Veress
Si no hay antecedentes de cirugía abdominal, se introduce la aguja de Veress en la parte superior del ombligo. De lo contrario, se escoge el hipocondrio izquierdo. Para comprobar que la aguja está bien colocada, se realiza una prueba de permeabilidad al aire y otra de instilación-aspiración con 10 ml de suero fisiológico. El neumoperitoneo se crea insuflando CO2 a razón de 4 l min-1 hasta alcanzar una presión de 10 mmHg.
Se introduce un trocar T1 de 10 mm por una incisión vertical inferior en los pliegues radiales del ombligo, describiendo una trayectoria en forma de bayoneta dirigida hacia la cavidad pélvica. En los niños se puede utilizar un trocar de 5-7 mm. Mediante la exploración endoscópica inicial, se comprueba la correcta posición del trocar y que la retirada de la aguja no ha causado ninguna lesión [Montupet, 1993, El Ghoneimi, 1994. Lee, 2003. Ikeda, 2004. Steyaert, 1999).

Creación del neumoperitoneo con control visual («open»)
Como se corre el riesgo de lesionar vasos o vísceras [Van der Voort, 2004], conviene proceder con control visual [Begin, 1993. Lal, 2004. Khan, 2003]. Se empieza realizando una incisión cutánea vertical de menos de 10 mm en los pliegues radiales del ombligo. Luego, utilizando una pinza de disección con garra, se coge y se levanta la inserción umbilical, y en su base se practica una incisión transversal de 8 mm.
Allí existe un solo plano aponeurótico adherido al peritoneo. Después de haber comprobado, mediante unos separadores, que no existen adherencias, se introduce un trocar atraumático (romo o retráctil) de 10 mm, que se dirige hacia la cavidad pélvica. Gracias a lo estrecho de la incisión aponeurótica, se evita cualquier pérdida de  gas. Se insufla alrededor de 1  l de  CO2 a razón de 1  l/min. Con el endoscopio, se comprueba que el trocar está bien colocado, y que durante esta etapa de la operación no se han causado lesiones. Así pues, no se ejecuta ninguna maniobra a ciegas. La presión intraabdominal debe ser lo más baja posible, pero compatible con las necesidades de la intervención. Salvo en los casos de obesidad, basta con 7 mmHg.

Exploración abdominal y colocación del trocar T2
Para practicar la exploración endoscópica de la cavidad abdominal, puede ser necesario modificar la posición de la mesa de operaciones. Se examina el aspecto macroscópico del apéndice, del peritoneo, del intestino delgado terminal, del marco cólico, del aparato genital femenino y del fondo de saco de Douglas. Si el apéndice es normotópico, resultará fácil de identificar. Para mejorar la exploración, se introduce con control visual un segundo trocar T2 de 5 mm, para lo que, por razones estéticas, se prefiere la región suprapúbica izquierda. Esta vía sirve para introducir un palpador, útil a la hora de encontrar los apéndices ectópicos o patológicos. Si existe un derrame intraperitoneal, debe tomarse una muestra para examen bacteriológico.

Apendicectomía laparoscópica
El dispositivo se completa con un tercer trocar T3 de 5 mm, que se introduce en la región subumbilical derecha. El cirujano expone y toma el apéndice manejando con su mano izquierda los instrumentos que pasan por el trocar T2.
El T3 es el trocar operatorio cercano a la mano derecha, pero su posición depende de la localización del apéndice. Como en cualquier procedimiento laparoscópico, deben respetarse los principios ergonómicos, evaluando la angulación entre T2 y T3 y evitando la excesiva proximidad respecto al campo quirúrgico. Una posición demasiado lateral en las fosas ilíacas o en los flancos resultaría perjudicial. Siempre hay que conservar el eje cirujano-campo quirúrgico-monitor. El estado patológico del apéndice puede justificar la instalación de un trocar de 10 mm en T3.



Figura 4 : Según la localización del apéndice Apéndice laterocecal interno o pélvico. A, B. Posición de los trocares y de la instrumentación para la apendicectomía laterocecal interna o pélvica. 1. Trocar óptico; 2. Instrumental en la mano izquierda; 3. instrumental en la mano derecha.

Introduciendo una pinza fenestrada por T2, se coge la extremidad del apéndice y éste se pone en tensión. En T3, con una pinza o unas tijeras hemostáticas bipolares, se coagula el meso, y luego se secciona, ya sea directamente, a nivel de su base, permaneciendo a no menos de 10 mm de ésta, o bien a lo largo del apéndice (Figura 5).


Figura 5 : Tracción del apéndice y electrocoagulación del meso con pinza bipolar

Una vez expuesta la base apendicular, se puede ligar el apéndice, bien mediante un nudo intracorporal, utilizando uno o dos portaagujas, o, lo que resulta preferible, mediante un nudo extracorporal, con ayuda de un empujanudos (Figura 6). Se aconseja realizar una segunda ligadura 10 mm por encima de la anterior, con el objetivo principal de evitar la evacuación de un estercolito hacia la cavidad abdominal [Sauerland, 2004].



Figura 6 : Aplicación de la ligadura en la base apendicular con ayuda de un empujanudos.

Con unas tijeras introducidas por T3, se secciona el apéndice entre ambas ligaduras (Figura 7).


Figura 7: Sección del apéndice entre dos ligaduras.


Hay que evitar la sección por coagulación mono o bipolar, que podría destruir la sutura. Cuando existen fenómenos infecciosos en el fondo cecal, y una simple ligadura parece insuficiente o peligrosa, resulta preferible resecar dicho fondo. En este caso, el trocar T3 de 5 mm se sustituye por otro de 12 mm, y se introduce un aparato de sutura lineal de 30 mm [Daniell, 1991. Moser, 1992]. Para evitar el riesgo de oclusión intestinal, hay que eliminar todas las grapas residuales [Nottingham, 2002]. El apéndice se coloca en una bolsa de extracción introducida por el trocar T1. El control visual se realiza desplazando la óptica hacia un trocar de 10 mm, que puede haberse instalado en T3. De lo contrario, la vaina del extractor se suprime después de haber soltado la bolsa, seccionado el hilo y restituido la óptica a su sitio. Se controla la zona intervenida, y si fuera necesario se procedería a irrigarla, para más tarde retirar los trocares bajo control visual. Se deben cerrar todos los orificios de más de 5 mm mediante una sutura aponeurótica de hilo absorbible en la medida de lo posible con puntos invaginantes, ayudándose con los separadores de Chigot (Figura 8). Para facilitar el drenaje, conviene evitar las suturas en el plano cutáneo.


Figura 8:   Cierre flojo del plano subcutáneo con puntos invaginantes de hilo reabsorbible.

APÉNDICE RETROCECAL.
Valiéndose del palpador introducido por T2, e inclinando al paciente hacia la izquierda, siempre se logra visualizar el apéndice retrocecal en toda su longitud. Cuando el apéndice está en posición subserosa, puede revelarse necesaria la sección del peritoneo. En casos excepcionales, se puede practicar la apendicectomía por vía retrógrada. La base apendicular se tensa con una pinza fenestrada en T2. Las tijeras sirven para crear una brecha en la zona avascular del meso (Figura 9A). Más tarde, esta brecha se amplía por coagulación bipolar, y el apéndice se secciona entre dos ligaduras (Figura 9B). Con las tijeras o con la pinza coagulante bipolar en T3, el meso se secciona de manera progresiva hasta la extremidad del apéndice (Figura 9C).







Figura 9: Técnica de la apendicectomía retrógrada.
A.         Abertura del meso.
B.         Sección del apéndice.
C.         Sección del meso hasta la punta.
D.        Extracción del apéndice a través del trocar.


APÉNDICE SOBRE EL CIEGO EN POSICIÓN INFRAHEPÁTICA.
Resulta esencial que la mesa de operaciones se encuentre en posición proclive e inclinación lateral izquierda. Si fuese necesario, se modificaría la posición de los trocares T2 y T3, aproximándolos a la zona que se va a intervenir para evitar una posición demasiado tangencial (Figura 10).

Según el estado inflamatorio del apéndice


Figura 10: Posición de los trocares para apendicectomía con ciego ectópico infrahepático.

Apendicitis aguda o supurada.
Se suele observar una reacción peritoneal con derrame turbio. Hay que tomar una muestra de este último para examen bacteriológico. La mesa se coloca en posición proclive, de manera que el exudado se dirija hacia el fondo de saco de Douglas. Utilizando un palpador en T2, el apéndice turgescente y adherente se libera con delicadeza. Esta maniobra puede facilitarse por hidrodisección. Como el apéndice es muy frágil, resulta preferible no asirlo directamente, sino por un segmento de su meso. Éste se coagula con la pinza bipolar y, sin exagerar la tracción, el apéndice se secciona entre dos ligaduras. Si la inflamación es muy intensa, conviene utilizar una grapadora lineal de 30 mm, que se introduce por un trocar T2 de 12 mm. Después de la desinfección, el apéndice se coloca dentro de una bolsa de recolección que se retira mediante un trocar de 10 mm. Si la extracción de la bolsa plantea problemas, puede dejarse de modo provisional dentro de la cavidad abdominal y extraerla al terminar el procedimiento. Al final de la intervención, con el paciente en posición proclive, se irriga con suero fisiológico. En algunos casos está justificado dejar un drenaje exterior en T3. Si el apéndice es muy voluminoso, la incisión umbilical o la incisión en T2 se puede agrandar para extraer fácilmente la bolsa con los separadores de Chigot. Se administran antibióticos de manera sistemática antes, durante y después de la operación.

Peritonitis apendicular por perforación.
La peritonitis difusa de origen apendicular es uno de los cuadros que mejor indica el tratamiento laparoscópico, ya que éste permite un lavado completo de la cavidad abdominal. Sin embargo, sólo un cirujano experimentado puede asumir esta larga y difícil intervención. En algunos casos es razonable decidir la conversión en laparotomía. La apendicectomía no plantea dificultades especiales, pero si el cirujano lo juzga oportuno puede extirpar el fondo cecal con una grapadora lineal introducida por un trocar de 12 mm en T2. Las peritonitis generalizadas pueden requerir la instalación de otros trocares (T4 y T5) de 5 mm en los cuadrantes abdominales superiores. Se coloca al paciente en posición proclive y se efectúa un lavado abdominal con no menos de 5 l de líquido. Mediante la hidrodisección, se pueden extirpar falsas membranas. Siempre se deja un drenaje (tubo de Redon) en T3, y se administran antibióticos.

Absceso apendicular.
Aunque un cirujano muy avezado puede utilizar el tratamiento laparoscópico, esta intervención resulta difícil y arriesgada a causa de la peritonitis plástica. La pared del absceso se diseca y se abre con una pinza atraumática o un palpador en T3. Luego se aspira el pus y se lava la cavidad en T2. Está justificado dejar un drenaje. La apendicectomía puede efectuarse en una fase posterior.

Técnica de apendicectomía extraabdominal («out»)
Sólo  las  fases  de  exploración  y  movilización  del  apéndice  se  realizan  por  vía  laparoscópica intraperitoneal.   La   ligadura  del   meso   y   la   exéresis   del   apéndice   se   practican   en   posición extraabdominal, después de haber exteriorizado ambos elementos mediante el trocar T3 de 10 mm. Una variante original es la apendicectomía por vía transumbilical asistida por vídeo (Begin) [Begin, 1993. Meyer, 2004.] (Figura 11).








Figura 11: Apendicectomía transumbilical asistida por vídeo.
A.         Posición del cirujano.
B.         Prensión.
C.         Movilización del apéndice.
D.        Extracción transumbilical del apéndice.
E.         Apendicectomía extraabdominal con invaginación.

Esta técnica aprovecha dos hechos anatómicos: que el eje del apéndice y su meso, en la posición habitual, están orientados hacia la región umbilical, y que el conjunto cecoapendicular, dada su movilidad, casi siempre se puede exteriorizar con facilidad mediante el trocar umbilical. Se requiere una óptica de 10 mm con conducto operatorio. La primera fase consiste en instalar el trocar operatorio según los principios de la laparoscopia abierta. Luego se busca el apéndice con una pinza atraumática de longitud adecuada (40 cm), introducida por el conducto operatorio. El intestino se moviliza cambiando la posición del paciente y cogiéndolo con suavidad a partir de la última asa ileal. Así, desplazando el sistema óptico-instrumental en sentido lateral, resulta fácil desenrollar todo el intestino delgado y explorar por completo la cavidad abdominal. Si se pasa el instrumento adecuado por el conducto operatorio, se puede recoger material y efectuar una aspiración. Una vez localizado el apéndice, se toma su extremo con la pinza y, tensándolo, se evalúa la posibilidad de exteriorizarlo por el ombligo. Cuando el meso está fijo al plano peritoneal posterior, hay que liberarlo con tijeras o mediante coagulación monopolar, ayudándose, en caso de que sea necesario, de un trocar T2 de 5 mm instalado en posición suprapúbica. Cuando el apéndice es retrocecal o subseroso, también se puede despegar con las tijeras parte de la fascia de Toldt derecha con el fin de posibilitar la movilización cecoapendicular. Las vísceras se desplazan sólo por efecto de la gravedad, ya que el paciente se encuentra en posición lateral. Por lo general, después de haber tomado la extremidad del apéndice con la pinza, se logra exteriorizarlo mediante un trocar de 10 mm. Si el apéndice es voluminoso o el meso demasiado grueso, gracias al diseño específico de la pinza, los tejidos se pueden asir sin riesgo de lesionarlos. En algunos casos hay que agrandar la incisión umbilical. Luego se procede a la apendicectomía de manera convencional, en posición extraabdominal, visualizando en todo momento la base del apéndice. Una vez reintegrado el ciego, se instilan antibióticos y se cierra la pared aponeurótica. La sutura del plano superficial debe ser laxa, y los planos subcutáneos han de realizarse sin cierre cutáneo, para evitar la formación de colecciones y celulitis. En las apendicitis agudas se puede lavar y aspirar la cavidad peritoneal con una cánula introducida por el conducto operatorio. Tales casos difíciles sólo pueden quedar en manos de un cirujano con gran experiencia. Si éste considera que la intervención se vuelve demasiado arriesgada, puede colocar uno o dos trocares suplementarios en los sitios adecuados y seguir operando, en caso de que sea necesario, a nivel intraabdominal. Por tanto, las primeras etapas de una apendicectomía laparoscópica siempre se pueden realizar siguiendo los principios de la vía transumbilical, reservándose la posibilidad de agregar otros instrumentos para proseguir la intervención.
Apendicectomía «mixta»
Sólo se utiliza en determinadas apendicectomías que serían difíciles de realizar por vía intraabdominal pura. Se colocan dos o tres trocares para explorar, localizar y movilizar al apéndice, y para tratar el meso por vía intraperitoneal. Después se exterioriza el apéndice a través de un trocar, y se extirpa por vía extraabdominal.

Complicaciones [Nordestgaard, 1995. Juricic, 1994]
Pueden ser de distintos tipos, además de las directamente imputables a la creación del neumoperitoneo.

Complicaciones peroperatorias
La aparición de una hemorragia que no se controla rápidamente puede justificar una conversión. Algunas son secundarias a lesiones del pedículo epigástrico ocasionadas por los trocares T2 o T3, y pueden controlarse mediante coagulación bipolar o por sutura transcutánea. Otras se originan en la sección del meso, en cuyo caso hay que introducir un aspirador en T2 y completar la hemostasia por coagulación bipolar. Los coágulos se evacuan por lavado y aspiración. Si los intentos de hemostasia fracasan, la conversión es obligatoria.
La  ruptura  o  el  estallido de  un  apéndice  muy  patológico ocasiona  una  contaminación  peritoneal séptica. En estos casos hay que exteriorizar el fragmento apendicular mediante una bolsa. Se coloca una ligadura por encima de la brecha apendicular, y se prosigue la apendicectomía según los principios descritos, instalando dos suturas. Se ha de buscar con mucha atención un estercolito, que podría provocar  un  absceso  profundo  en  la  fase  postoperatoria.  Por  último,  se  realiza  una  exploración completa y un lavado con suero fisiológico, utilizando una cánula en T2 y un palpador en T3.

Complicaciones precoces
Complicaciones menores
Son los abscesos de pared, que por lo general se deben a un cierre parietal demasiado hermético. Puede formarse un hematoma.

Complicaciones mayores
Los abscesos profundos a menudo se originan en un estercolito apendicular abandonado al realizar la apendicectomía. Para evitar esta complicación, siempre se debe efectuar una doble ligadura en la base apendicular [Guillen, 2004. Horst, 2001]. Los abscesos pueden aparecer de forma tardía, entre una semana y varios meses después de la operación. Se debe extraer el estercolito y drenar el absceso, suministrando antibióticos a título preventivo. Según la experiencia del cirujano, convendrá proceder por vía laparoscópica o evacuando el fondo de saco de Douglas por vía transrectal.
Si la exéresis no ha sido completa, en el muñón apendicular puede persistir la apendicitis, que a veces también se revela por una oclusión [Gordon, 2004]. Hay que intevenir de nuevo para completar la apendicectomía. Si el muñón es demasiado corto, debe extirparse la base cecal mediante un grapado lineal.
Tras una apendicectomía laparoscópica, puede producirse un íleo, debido a la persistencia de un estado inflamatorio local o a la formación de una brida que obliga a reintervenir. El grapado lineal también puede ocasionar un íleo postoperatorio. Las grapas que se dejan en la cavidad peritoneal tras la sección apendicular pueden ocasionar una oclusión intestinal, por lo que se recomienda retirar las grapas residuales, ya sea con una pinza o mediante aspiración.

Complicaciones tardías
Se trata sobre todo de eventraciones por orificios de trocar que han quedado abiertos [28]. Deben cerrarse todos los orificios de 10 mm o más. Cuando el paciente presenta un síndrome oclusivo por bridas o adherencias, puede ser necesario reintervenir por vía laparoscópica. Sin embargo, las oclusiones tardías parecen ser menos frecuentes tras las intervenciones por laparoscopia.

Estrategia terapéutica y utilidad de la técnica laparoscópica
Cuando se sospecha una apendicitis, la laparoscopia permite explorar toda la cavidad abdominopélvica y rectificar posibles errores de diagnóstico. Esta técnica resulta muy ventajosa en las mujeres en edad reproductiva, las personas obesas y las que desarrollan una actividad profesional. La apendicectomía laparoscópica, hoy bien protocolizada, sólo necesita una conversión en menos del 5% de los casos [5]. Algunos autores han propuesto respetar los apéndices normales desde el punto de vista macroscópico, sabiendo que en el 16% de los casos existen lesiones histológicas de apendicitis [Polliand, 2004]. Se recomienda utilizar un acceso umbilical único con óptica separada, sobre todo cuando se trata de un niño. Si por esta vía se logra movilizar el segmento cecoapendicular, se practica la técnica extraabdominal. Por el contrario, si la movilización resulta imposible a causa de la configuración anatómica del paciente, de la situación ectópica del apéndice y/o de la existencia de lesiones infecciosas avanzadas, se instalan uno o dos trocares complementarios para proseguir la intervención según los principios de la apendicectomía totalmente intraabdominal. Cuando no se dispone de la óptica específica con conducto operatorio, se escoge esta última técnica.
Puntos importantes Mediante la exploración laparoscópica se evitan las apendicectomías innecesarias, en especial en las mujeres jóvenes. Mediante la técnica intraabdominal con dos trocares operatorios se puede extirpar el apéndice, con independencia de su posición y su estado patológico. Mediante la técnica extraabdominal por monoacceso umbilical se puede movilizar y extirpar el apéndice utilizando un sistema óptico específico con conducto operatorio. En las apendicitis supuradas y las peritonitis difusas, la laparoscopia brinda una enorme ventaja: la posibilidad de irrigar ampliamente la cavidad peritoneal.

Apendicectomía por laparotomía: conversión quirúrgica de una laparoscopia Independientemente  de  una  posible  curva  de  aprendizaje  o  de  la  experiencia  laparoscópica  del cirujano, la tasa de conversión es del orden del 5-10% [Horst, 2001].

A continuación se exponen las causas de la conversión.

Dificultades de la disección Plastrón apendicular
La total imposibilidad de individuar el apéndice en un magma inflamatorio locorregional, puede ser, para algunos, un motivo razonable de conversión. Para otros, la apendicectomía será diferida y se realizará después de antibioticoterapia y drenaje.
Absceso apendicular
Según su localización (en la fosa ilíaca derecha, retrocecal o mesocólico) su importancia, que puede implicar a órganos vecinos, pueden justificar una laparotomía secundaria.
Peritonitis apendiculares
La intervención por laparoscopia es larga y difícil y requiere un cirujano entrenado, lo cual es un argumento cuando se sopesa la posibilidad de convertir.
Anomalías de posición
La disección de un apéndice retrocecal subseroso o de un apéndice mesocólico pueden superar las posibilidades de la laparoscopia, dependiendo de la experiencia del cirujano.
Una apendicectomía parcial que no puede completarse mediante la laparoscopia exige una laparotomía.
Complicaciones peroperatorias [Gordon, 2004]
 Hemorragia
Si se produce un sangrado arterial del pedículo apendicular tras su sección y previa coagulación, tiene que controlarse de forma inmediata. Si no es posible, es necesario convertir rápidamente.
Digestivas
Durante una disección laparoscópica difícil, es posible que se provoquen lesiones de las paredes del colon y/o el íleon en la serosa, en la seromuscular o con afectación de todo el espesor. En función de la experiencia del cirujano, se efectuará su reparación por laparotomía.
Conclusión
La conversión es, a priori, un gesto necesario, sin precipitación. La localización del apéndice ya se ha precisado durante la laparoscopia. El lugar de la incisión cutánea, la importancia del acceso y el tipo (MacBurney, Jalaguier, vía medial subumbilical), se eligen con más facilidad en función de la información derivada de la laparoscopia y del motivo de la conversión.
Las modalidades técnicas de la apendicectomía son las descritas para las apendicectomías difíciles o atípicas.
La conversión se vuelve urgente si existe una hemorragia arterial grave del pedículo apendicular que no se puede controlar o, excepcionalmente, por un accidente vascular importante durante la introducción del primer trocar en caso de laparoscopia con técnica cerrada. Un cirujano entrenado no pierde la calma y convierte rápidamente según los criterios ya descritos.
Se exteriorizan el ciego y la última asa ileal y se expone el meso. La hemostasia se asegura mediante ligadura sobre un hemostático o con puntos en X con sutura de reabsorción rápida. Se aspira la sangre acumulada. Para mayor seguridad, se coloca un drenaje antes de cerrar.
Los factores predictivos de conversión durante una laparoscopia son difíciles de valorar. Pueden recordarse:
           la experiencia laparoscópica del cirujano;
           edad del paciente superior a 65 años;
           exploración  física preoperatoria que  indique  un síndrome  peritoneal  generalizado  o  un  absceso apendicular;
           antecedentes quirúrgicos del enfermo;
De cualquier manera, la conversión quirúrgica de una apendicectomía laparoscópica no tiene que verse como un fracaso, sino como una necesidad que permite evitar complicaciones postoperatorias. Hay que saber convertir.

Indicaciones quirúrgicas EN PEDIATRÍA
Vía de acceso
La introducción de las técnicas laparoscópicas plantea hoy en día una doble pregunta con respecto a la elección de la vía de acceso para las apendicectomías.
• ¿Facilita la laparoscopia la intervención quirúrgica? y, si es así, ¿en qué indicaciones?
• ¿Mejora la laparoscopia el postoperatorio?
Por lo que se refiere a la primera pregunta, gracias a la posibilidad de acceder al conjunto de la cavidad peritoneal, la laparoscopia permite dejar a un lado enseguida los diagnósticos diferenciales. Por tanto, está especialmente indicada en las adolescentes, con el fin de descartar cualquier enfermedad ginecológica. Esta facilidad de acceso facilita más el tratamiento de las apendicitis ectópicas, subhepáticas por ejemplo, evitando un ensanchamiento extensivo de una incisión de Mac Barney. Por otra parte, la laparoscopia en el niño obeso resulta más fácil que una laparotomía, debido al considerable grosor parietal.
En el niño pequeño, el lavado de las peritonitis puede efectuarse a menudo a través de la incisión de Mac Burney. Para evitar una incisión medial, en los niños mayores puede practicarse de entrada una laparoscopia si el diagnóstico es preoperatorio [Daniell, 1991] o convertir una laparotomía de Mac Burney cerrándola tras la apendicectomía y practicando después una laparoscopia para efectuar este lavado. Hay que recordar que, por el contrario, la conversión de una laparoscopia en laparotomía (Mac Burney o medial) es a veces necesaria en caso de dificultad operatoria, sobre todo en caso de síndrome oclusivo, debido a la ocupación del espacio de trabajo por la dilatación de las asas delgadas o en presencia de un plastrón apendicular (cf infra).
En relación con el postoperatorio, en un estudio prospectivo aleatorizado los autores han demostrado que la laparoscopia no modificaba la rapidez de curación o el dolor postoperatorio tras apendicectomía en el niño [Moser, 1992]. La cuestión que se plantea en la actualidad es la implicación de la vía de acceso, laparoscopia o laparotomía, en la tasa de complicaciones infecciosas postoperatorias. Con respecto a las series pediátricas, se puede considerar que los abscesos de pared son menos frecuentes tras laparoscopia [Nottingham, 2002]. En cambio, hay más abscesos intraperitoneales después de laparoscopia en caso apendicitis perforada [Meyer, 2004], con una tasa en la serie de los autores del 20% frente al 5,6% tras laparotomía (p <0,02).


Cirugía abdominal laparoscópica durante el embarazo
Introducción
Este artículo se centra en la cirugía abdominal y las modalidades de la anestesia en las mujeres embarazadas. No se describirá el tratamiento del embarazo extrauterino, la cirugía fetal intrauterina, ni las técnicas de cesárea o de hemostasia en el contexto de las hemorragias del parto. Las principales indicaciones quirúrgicas abdominales durante el embarazo son las enfermedades anexiales (tumor benigno o maligno, torsión), la colecistectomía, la apendicectomía y las obstrucciones intestinales. Existen otros casos más infrecuentes de torsión o de necrobiosis de miomas subserosos pediculados, de hemoperitoneo por rupturas de várices pélvicas, del bazo o del útero. Las colocaciones de catéteres ureterales tipo doble J son frecuentes, pero no plantean problemas y rara vez necesitan una anestesia general. La vía de acceso de elección en las embarazadas debe ser la laparoscopia, tanto por las exigencias ergonómicas para el cirujano y por la menor prevalencia de complicaciones parietales, como por el período más breve de convalecencia. La técnica «sin gas» (laparoscopia sin neumoperitoneo), que parecía prometedora en sus comienzos debido a la posibilidad de anestesia locorregional y a la ausencia de repercusión cardiopulmonar, casi se ha abandonado, a raíz de las dificultades de aplicación y, sobre todo, debido a la menor calidad de la exposición. En Francia, el Collège National des Gynécologues et Obstétriciens Français (CNGOF) ha publicado unas recomendaciones específicas para algunos aspectos de la laparoscopia durante la gestación. Los artículos de la literatura permiten extraer los principios básicos que conviene conocer para emprender el tratamiento de este tipo de afecciones.

Recomendaciones del CNGOF para la práctica de la laparoscopia durante el embarazo.
• La laparoscopia es posible en el primero y segundo trimestres del embarazo (grado B).
• La posición del primer trocar de laparoscopia durante el embarazo debe adecuarse al volumen del útero (grado B).
• A partir de las 14 semanas de amenorrea (SA), la insuflación con aguja de Veress por vía transumbilical está contraindicada (grado C). Se recomiendan dos técnicas de inserción de los trocares: la laparoscopia abierta o una vía de acceso por el hipocondrio izquierdo (grado C).
• Para una laparoscopia a partir del segundo trimestre del embarazo, hay que colocar a la paciente en una mesa inclinada hacia la izquierda (grado B).
• Para una laparoscopia durante el embarazo, la presión de insuflación debe mantenerse en un valor máximo de 12 mmHg (grado B).
• A partir de las 24 SA se recomienda una laparoscopia abierta a nivel supraumbilical (consenso profesional).

Peculiaridades de la anestesia para una laparoscopia durante la gestación
La laparoscopia ha demostrado ser una técnica inocua en el primer trimestre del embarazo e incluso en el segundo. Los datos publicados con relación al tercer trimestre son más escasos. Este tipo de anestesia requiere un buen conocimiento de las modificaciones fisiológicas, anatómicas y hemodinámicas de las gestantes. El uso de CO2 para el neumoperitoneo no expone a riesgos significativos para la madre y el feto siempre que las presiones de insuflación se mantengan bajas durante el procedimiento (12 mmHg). La única excepción autorizada es el momento de la inserción de los trocares, cuando suele ser necesaria una presión temporalmente mayor. A continuación, se recomienda usar la presión de neumoperitoneo más baja posible para evitar la compresión de la vena cava inferior. Para una laparoscopia a partir del segundo trimestre del embarazo, hay que colocar a la paciente en una mesa inclinada hacia la izquierda, con el fin de minimizar la compresión de la vena cava inferior por el útero. Puede asociarse una compresión neumática automatizada de las pantorrillas.

Reglas de la anestesia para una laparoscopia durante el embarazo
• Detectar una intubación difícil en la etapa preoperatoria
• Preoxigenación antes de la inducción
• Prevención de la hipotensión materna:
○ expansión volémica previa
○ 15̊ de inclinación de la mesa durante toda la intervención
○ evitar la hiperventilación (salvo si es necesaria para mantener la oxigenación materna)
• Prevención de la neumopatía por aspiración:
○ Control del pH gástrico (citrato de sodio e inhibidores de la secreción ácida gástrica)
○ Vacuidad gástrica (paciente en ayunas), vaciamiento gástrico con metoclopramida o eritromicina
• Intubación orotraqueal
• Mantenimiento de la oxigenación materna durante la cirugía

La anestesia general con intubación orotraqueal y ventilación controlada ya es una recomendación habitual para la práctica de la laparoscopia quirúrgica fuera del embarazo. Esta conducta es aún más obligatoria durante el embarazo. La alternativa de la anestesia locorregional en esta indicación precisa sería muy discutible y hasta claramente peligrosa, debido a la infinidad de cambios hemodinámicos y sobre todo respiratorios inherentes a la laparoscopia y al estado gravídico. La creación del neumoperitoneo, la mala tolerabilidad respiratoria a la laparoscopia bajo anestesia locorregional, un bloqueo simpático extenso y la compresión de la vena cava por el útero grávido podrían tener como consecuencia un descenso marcado del retorno venoso y, por tanto, del gasto cardíaco, con un riesgo de sufrimiento fetal agudo. En realidad, la tolerabilidad de la propia laparoscopia plantearía pocas dificultades desde el punto de vista hemodinámico materno. En los casos excepcionales en los que el riesgo de una anestesia general pareciera desproporcionado con relación al beneficio esperado de la laparoscopia, podría ser necesario plantear una laparotomía bajo anestesia locorregional.
Todavía no se conocen bien los efectos del neumoperitoneo con CO2 sobre la fisiología maternofetal. Los estudios disponibles al respecto se refieren a modelos animales, en su mayoría a la gestación en ovejas. El estudio de Curet et al ha aportado elementos inquietantes con relación a los efectos de la insuflación peritoneal de CO2 sobre el equilibrio acidobásico fetal: un neumoperitoneo con CO2 a 15 mmHg durante 30 minutos disminuiría el flujo sanguíneo uterino un 40% y provocaría acidosis fetal . En este estudio, sin embargo, no se aplicaba una intervención compensadora (en especial, no había una adaptación de la ventilación materna) como suele ser habitual en la laparoscopia en el ser humano. La ventilación mecánica solía regularse inicialmente para obtener una presión parcial teleespiratoria de CO2 (PteCO2) de 33-38 mmHg y después no se modificaba. En estas condiciones experimentales, la PteCO2 de la oveja aumentaba un 50% y la presión arterial de CO2 (PaCO2) un 60% durante el neumoperitoneo, lo que provocaba un descenso del pH fetal, paralelo a la disminución del pH materno. Sin embargo, todas estas alteraciones intralaparoscópicas tendían a desaparecer después de la exuflación y no parecían tener consecuencias fetales o maternas a largo plazo. Otro estudio ofrece datos tranquilizadores: se aplicó un neumoperitoneo de 20 mmHg durante 1 hora en ovejas gestantes y la PaCO2 se mantuvo constante a 37 mmHg a lo largo del experimento, gracias a la adaptación de la ventilación controlada. La única modificación fue una disminución del flujo sanguíneo placentario materno del 40%. Los otros parámetros, como la presión de perfusión placentaria fetal y el equilibrio acidobásico fetal, no se afectaron. Los autores concluyeron que el feto de oveja tiene suficientes reservas de flujo placentario para mantener intercambios gaseosos normales, a pesar de un neumoperitoneo de 20 mmHg durante 1 hora. El trabajo de Cruz et al ofrecer unas conclusiones similares: no se observaron efectos perjudiciales para el feto, ni tampoco alteraciones del flujo uteroplacentario, al mantener una PaCO2 constante gracias a la adaptación de la ventilación controlada. Con el fin de suprimir por completo la repercusión del neumoperitoneo con CO2, algunos autores han recomendado las laparoscopias «sin gas» con un sistema de suspensión de la pared abdominal. Sin embargo, esta técnica se asocia a demasiadas limitaciones en el aspecto quirúrgico (sobre todo, grandes problemas de exposición), por lo que se ha abandonado casi del todo.
Una extensa serie epidemiológica ha confirmado que no existen diferencias en términos de peso al nacer, duración gestacional, crecimiento intrauterino retardado, malformaciones congénitas y mortalidad neonatal en 2.181 pacientes embarazadas de 4-20 semanas de amenorrea (SA) intervenidas por laparoscopia, en comparación con 1.522 pacientes sometidas a una laparotomía .
Desde el punto de vista anestésico, la laparoscopia no plantea problemas serios durante el embarazo si la realiza un cirujano experimentado y capaz de limitar al máximo la duración de la intervención. Si esto es posible, hay que dar prioridad a la laparoscopia en el segundo trimestre, con el propósito de limitar el riesgo teratógeno potencial y teórico del uso de los productos anestésicos en el feto. La ventana de sensibilidad máxima a los agentes teratógenos se sitúa entre las 2-7 semanas de desarrollo para el cerebro, el corazón, los ojos y los miembros.
La técnica debe ser relativamente simple y la existencia de dificultades intraoperatorias obligará a evaluar de inmediato la conversión en laparotomía. Si el procedimiento laparoscópico se prolonga (más de 60 minutos), se recomienda el uso intensivo del control gasométrico arterial. Si la edad gestacional es avanzada (feto viable), puede plantearse una monitorización ecocardiográfica fetal intraoperatoria por vía transvaginal o laparoscópica.

Técnicas de acceso laparoscópico
Principios generales
Inicialmente, el embarazo se consideraba una contraindicación de la laparoscopia. En la actualidad, la mayoría de los equipos quirúrgicos ven en la laparoscopia la primera elección en las principales indicaciones quirúrgicas abdominales durante el embarazo (apendicectomía, colecistectomía, cirugía anexial).
Varios estudios comparativos, aunque no aleatorizados, han demostrado que no existen diferencias de prevalencia en términos de complicaciones después de la laparotomía y la laparoscopia durante el embarazo, en lo referente a las tasas de abortos y de parto prematuro. Además, como era de esperar, el tránsito intestinal se recupera antes, la hospitalización es más corta y el dolor es menos intenso después de una laparoscopia.
Si la intervención se puede retrasar (lo que rara vez sucede), sería recomendable efectuarla al comienzo del segundo trimestre. Esto no se debe a que se haya demostrado que la laparoscopia sea más peligrosa antes, sino porque ya ha terminado la organogénesis (lo que limita la exposición fetal a los productos anestésicos que pueden afectarla) y porque los abortos son mucho más infrecuentes después de las 13 SA. En el segundo trimestre no hay que esperar demasiado tiempo, pues el aumento de volumen del útero complicará enseguida la intervención quirúrgica.
El útero alcanza y después rebasa el nivel del ombligo a las 20-24 SA. La posición del primer trocar laparoscópico durante un embarazo debe adecuarse al volumen del útero. A partir de las 14 SA, la insuflación con aguja de Veress por vía transumbilical está contraindicada, pues se han descrito casos de lesión uterina. Por tanto, se recomiendan dos técnicas de inserción de los trocares: la laparoscopia abierta (por vía transumbilical o supraumbilical, según el volumen del útero) o el acceso por el hipocondrio izquierdo (mini o microlaparoscopia). Para la laparoscopia a partir del segundo trimestre del embarazo, hay que colocar a la paciente en una mesa inclinada hacia la izquierda, con el fin de limitar el riesgo de compresión de la vena cava inferior por el útero. La presión de insuflación debe mantenerse en un nivel máximo de 12 mmHg; sin embargo, si se usa una técnica cerrada a ciegas para realizar el neumoperitoneo y la inserción del primer trocar, la presión intraperitoneal máxima puede subirse de forma temporal (más de 15 mmHg). Si se efectúa una laparoscopia a partir de las 24 SA, se recomienda la laparoscopia abierta supraumbilical, aunque se han descrito casos de acceso por el hipocondrio izquierdo en embarazos de edad gestacional avanzada.
La colocación de los trocares varía de una paciente a otra en función de la indicación de la laparoscopia y de la edad gestacional, lo que lleva a menudo a disposiciones muy «exóticas» en comparación con las ubicaciones muy sistematizadas de la cirugía pélvica fuera del embarazo.
Técnica a ciegas (inserción a ciegas de la aguja de Veress y del trocar transumbilical)
En teoría, al comienzo del embarazo es posible crear el neumoperitoneo mediante la insuflación con una aguja de Veress por vía transumbilical. Sin embargo, el rápido aumento del volumen del útero expone de forma progresiva al riesgo de causar una lesión uterina con la aguja de insuflación o al insertar el primer trocar a ciegas. Los autores de este artículo consideran que hasta las 14 SA, y con la excepción de los embarazos múltiples, es posible efectuar una técnica a ciegas para la insuflación y la colocación del primer trocar por vía transumbilical. También es posible insuflar el neumoperitoneo en el hipocondrio izquierdo, introduciendo luego el primer trocar a ciegas por vía transumbilical. Si se opta por una vía transumbilical a ciegas, la introducción del primer trocar a ciegas se efectúa con una presión elevada (15-20 mmHg) para crear una buena resistencia y mantener las vísceras y los grandes vasos a una distancia máxima. Después de insertar el primer trocar, la presión intraperitoneal se disminuye a 12 mmHg. Algunos cirujanos marcan la piel a la altura del fondo uterino al principio de la cirugía (antes de crear el neumoperitoneo), pero esta conducta no ha sido evaluada.
Las alternativas son una vía de acceso exclusiva en el hipocondrio izquierdo (insuflación y trocar de menos de 5 mm) y la laparoscopia abierta. Después de las 14 SA, la palpación abdominal permite identificar el fondo uterino (Figura 1). Los autores de este artículo recomiendan en todos los casos una de estas dos últimas alternativas. La técnica de inserción directa del trocar sin neumoperitoneo previo no se recomienda durante el embarazo.


Figura 1 :  Localización del fondo uterino según la edad gestacional en un embarazo de un solo feto.

Vía de acceso en el hipocondrio izquierdo
Aunque la inserción en el hipocondrio izquierdo se ha evaluado poco, se le atribuye una ausencia teórica de riesgo de insuflación accidental directa en los grandes vasos. Si hay antecedentes de laparotomía media, la vía de acceso en el hipocondrio izquierdo (insuflación y microlaparoscopia) es una de las alternativas recomendadas por los autores, porque queda a distancia de las cicatrices. El punto exacto de inserción (punto de Palmer) se encuentra sobre la línea medioclavicular (es decir, a dos o tres dedos de la línea media), 4-5 cm por debajo de la reja costal (tres dedos)
Se suele recomendar la verificación previa mediante palpación de la ausencia de organomegalia (bazo, lóbulo hepático izquierdo). Pese a que el riesgo de perforación gástrica es pequeño, no es nulo, aunque no se ha descrito ningún caso en los 60 procedimientos incluidos en el estudio de Tulikangas et al. Algunos autores aconsejan usar una sonda nasogástrica, pero en el estudio de Teoh et al se ha descrito una lesión serosa gástrica (0,3%) a pesar del sondeo nasogástrico sistemático. El eje de introducción de la aguja de Veress es perpendicular a la piel y la posición subcostal inmediata impide la elevación parietal (Figura 4).


Durante la inserción de la aguja de Palmer en el hipocondrio izquierdo, se advierten tres zonas de resistencia, frente a tan sólo dos durante su inserción por vía umbilical. Los autores de este artículo suelen usar trocares con un sistema de introducción de dilatación radial, que permite insertar una vaina extensible gracias a la aguja de Veress y después introducir en la vaina un dilatador romo de 5 mm. Si no, es posible usar un trocar desechable de plástico (Figura 5) o, mejor, un trocar metálico piramidal de 3 o 5 mm y una óptica de diámetro correspondiente (mini o microlaparoscópica).

Figura 5 :  Trocar de 5 mm desechable para la inserción en el hipocondrio izquierdo, con una óptica de 5 mm.


El eje de introducción es idéntico al de la aguja. Al igual que en el ombligo, hay que controlar la profundidad de introducción. Una vez introducido el microlaparoscopio, es posible explorar la cavidad peritoneal e introducir los trocares siguientes bajo control visual. Las ópticas actuales de 5 mm ofrecen una calidad de visión comparable a la de muchas ópticas de 10 mm, por lo que no es obligatoria la inserción de un trocar de 10 mm para las laparoscopias durante el embarazo. Sin embargo, si se inserta un trocar de 10 mm, se debe introducir bajo control visual (con la óptica de 3 o 5 mm insertada en el hipocondrio izquierdo), situándolo a nivel supraumbilical (más o menos alto según la edad gestacional). Los trocares laterales también se colocan a menudo más arriba de lo habitual, es decir, muy por encima del nivel de las espinas ilíacas anterosuperiores. Para las laparoscopias a una edad gestacional avanzada, es frecuente tener que colocar el trocar óptico y los trocares anexos en el mismo lado, de modo que la óptica y los instrumentos no crucen el fondo uterino.

Laparoscopia abierta durante el embarazo
Esta técnica (descrita inicialmente por Hasson) consiste en insertar el primer trocar, sin insuflación previa, bajo control visual directo por una incisión parietal. La laparoscopia abierta puede efectuarse en cualquier sitio de la pared abdominal, pero la localización preferente se sitúa sobre la línea alba (punto de unión de las aponeurosis anterior y posterior de los músculos rectos del abdomen), bien a través del ombligo o a nivel infraumbilical. Se han descrito diversas técnicas de laparoscopia abierta, pero las principales son la vía intraumbilical (transumbilical) y la vía infraumbilical. En el acceso intraumbilical, se realiza una incisión cutánea semicircular en el ombligo. Incluso si el diámetro del trocar es de 10 mm, la incisión cutánea debe ser mayor, de unos 15 mm. La exposición mediante separadores de Farabeuf (a menudo se requieren varios tamaños) y la disección de los tejidos subcutáneos permiten la identificación y sección de la aponeurosis de los músculos rectos, que se abre mediante la separación de unas tijeras introducidas por la incisión inicial o con bisturí frío, después de sujetar y traccionar los bordes de la aponeurosis con pinzas de Kocher. A continuación, los separadores se introducen en la abertura aponeurótica; el movimiento de los dos separadores permite exponer el peritoneo parietal anterior, que se tracciona y se secciona con bisturí frío o tijeras. No se recomienda practicar una incisión con bisturí eléctrico, ni incluso efectuar una coagulación preventiva del peritoneo antes de abrirlo, pues puede haber un asa de intestino delgado justo debajo. También hay que procurar no sujetar un asa digestiva al efectuar la tracción peritoneal. Una vez verificada la abertura peritoneal, se inserta el trocar óptico de 10 mm (o mayor si fuera necesario).
Algunos de los trocares ópticos son específicos para esta vía de acceso abierto y poseen un sistema integrado de hermeticidad (balón inflable con una abrazadera). Si no se dispone de estos trocares, a menudo es necesario confeccionar una bolsa de tabaco hermética alrededor de la abertura peritoneal y ajustarla al trocar. Después de colocar el primer trocar, se crea el neumoperitoneo. Para la técnica abierta infraumbilical, la incisión cutánea es vertical infraumbilical. El principio consiste en acceder al tracto umbilical central fibroso y así conseguir un acceso rápido a la cavidad peritoneal. Después de la incisión cutánea, se introducen los separadores de Farabeuf y la parte posterior del ombligo se sujeta con una pinza de Kocher. Se tracciona del tejido fibroso en sentido vertical y se corta con tijeras de Mayo curvas, continuando la sección hasta entrar en la cavidad peritoneal.
Cualquiera de estas técnicas puede aplicarse en el primer trimestre del embarazo. Después, habrá que efectuar un acceso abierto por encima del fondo uterino. La incisión cutánea vertical en la línea media es de unos 15 mm. La técnica de acceso al peritoneo es comparable a la de la vía transumbilical.
Con esta técnica abierta, se reduce de modo ostensible el riesgo de lesionar los grandes vasos, así como el riesgo de lesión uterina en las gestantes. Sin embargo, sobre todo en las mujeres muy delgadas, el riesgo no es nulo si la incisión con el bisturí frío es demasiado profunda, por lo que ésta debe ser estrictamente cutánea. Además, la prevalencia de las heridas digestivas aumenta de manera significativa en las laparoscopias abiertas.


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