Casos especiales en apendicitis aguda texto



Casos especiales  en apendicitis aguda y apendicitis atipicas
Dr. Juan Hernández Orduña.

Apendicitis del anciano
  Al igual que en los muy jóvenes, la apendicitis aguda en el grupo de mayor edad es una enfermedad mucho más grave. Menos de 10% de quienes se operan por apendicitis aguda son mayores de 60 años, pero más de 50% de la mortalidad total por apendicitis corresponde a este grupo. Ello se atribuye a retraso en el tratamiento definitivo, mayor frecuencia de infección progresiva no controlada y un índice más alto de afecciones concomitantes. (Gutiérrez)

Presentan mayor índice de gangrena y perforación hasta una frecuencia de 5 veces. Además, mayor incidencia de enfermedades asociadas que afectan el estado general del paciente. Y como factor importante también la automedicación.

La obtención de detalles de los antecedentes puede ser alterada por fallas de la memoria. A menudo los pacientes adjudican sus síntomas a una enfermedad crónica. Los hallazgos físicos pueden ser vagos o estar enmascarados ya que los pacientes se presentan en una fase tardía de la evolución de su enfermedad. La distensión abdominal puede ser el único signo en algunos casos. (Ñus)

Los ancianos no suelen presentar signos de abdomen agudo, siendo poco frecuente la presencia de defensa muscular. Suelen presentar dolor abdominal difuso, debiendo presentar atención a la defensa involuntaria y al dolor de rebote como signos de posible peritonitis. Con frecuencia la apendicitis es muy engañosa en la edad avanzada porque las manifestaciones clínicas son mucho más leves de lo que cabría esperar por la gravedad del proceso patológico. Sólo en la mitad de los enfermos de este grupo con apendicitis se había considerado este diagnóstico al ingreso. Se encuentran los síntomas usuales, pero son sutiles y difíciles de obtener; a menudo el dolor del abdomen es leve y preocupa poco. De igual manera es posible que los datos físicos, con excepción de la hipersensibilidad, no existan o sean mínimos.

El dolor se presenta en forma generaliza de larga duración (más de 3 días) distención abdominal, disminución de ruidos intestinales, existe parálisis intestinal Con meteorismo, siendo este uno de los síntomas más frecuentes, puede hacer pensar en obstrucción intestinal. Por lo general, los pacientes geriátricos se presentan con dolor abdominal inferior, pero en la exploración clínica la hipersensibilidad localizada en el cuadrante inferior derecho sólo existe en 80 a 90% de los pacientes. (Schwartz)

La fiebre y la respuesta leucocitaria, que como regla son muy útiles en el diagnóstico, son menores de lo que se esperaría y en algunos enfermos de edad avanzada se encuentran dentro de límites normales. Debido a la evolución clínica engañosamente leve de la afección, en 67 a 90% de los enfermos se encuentra un apéndice roto durante la intervención. (Gutiérrez Samperio)

Existen otros problemas que debe enfrentar el cirujano que trata a un paciente anciano en el cual se sospecha apendicitis aguda. En primer lugar, inevitablemente existe una mayor incidencia de enfermedades asociadas que afectan el estado general del paciente. Segundo, debido a que las causas alternativas de una emergencia abdominal son más numerosas, el diagnóstico diferencial es más difícil. Por último, existen pocas dudas de que la mayoría de los pacientes ancianos se quejan menos que los jóvenes del dolor y esta actitud estoica probablemente crea un componente muy importante en la demora en la atención médica. (Mangote)

El antecedente de dolor periumbilical que migró al cuadrante inferior derecho es poco frecuente. La utilidad de la calificación de Alvarado parece disminuir en los ancianos. Menos de 50% de estos pacientes con apendicitis tiene una calificación de Alvarado 7. Aunque en la actualidad no hay criterios que identifiquen en forma definitiva a los pacientes geriátricos con apendicitis aguda que tienen riesgo de rotura, debe darse prioridad a los enfermos con temperatura >38°C y desviación a la izquierda del recuento de leucocitos >76%, sobre todo si se trata de varones con anorexia o que han tenido dolor prolongado antes de la hospitalización.

 Como resultado de la mayor frecuencia de enfermedades concurrentes y un índice más alto de perforación, la morbilidad posoperatoria, mortalidad y duración de la estancia en el hospital son mayores en los ancianos que en la población más joven con apendicitis. Aunque no se han realizado estudios con asignación al azar, parece que los pacientes ancianos se benefician con una técnica laparoscópica para tratar la apendicitis. El uso de laparoscopia en ancianos se ha incrementado en años recientes. En general, la apendicectomía laparoscópica ofrece a los ancianos con apendicitis una hospitalización más corta; descenso en los índices de complicaciones y mortalidad, y mayor probabilidad de alta hospitalaria (sin importar que se requiera atención de enfermería o rehabilitación adicional). (Schwartz,)


Apendicitis del muñón apendicular

Es una entidad rara. Muñón de 1 cm o más.  Se debe evitar con una exploración más minuciosa y hasta no corroborar su disección en la base del ciego.   En la fosita de Treves.

 Francis señaló que ni siquiera un antecedente de apendicectomía descarta invariablemente el diagnóstico de apendicitis aguda. Este autor describió una mujer de 44 años que había sido sometida a apendicectomía por una apendicitis aguda y que más tarde sufrió perforación de un muñón apendicular de 1 cm de longitud. Es posible que se realice una apendicectomía subtotal y pasar por alto un muñón si el apéndice está acodado, unido al ciego por adherencias u oculto por el edema del ciego adyacente. (Maingot)

 Una complicación rara de la apendicec­tomía es la apendicitis del muñón apendicular, que se presenta cuando no se realiza una resección apendicular adecuada. Esto se debe a mala identifi­cación de la base apendicular, por diversos motivos, lo que condiciona a dejar un muñón apendicular de más de 5 mm.  En 2011 detalla una intervención de paciente postapendicectomizado 15 años atrás con cuadro de peritonitis aguda que Durante la misma se evidencia, a nivel de ciego, remanente apendicular de aproximadamente 1 cm, con cambios isquémicos y perforación a nivel de la base del ciego. Se realiza hemicolectomía derecha con íleo-transverso anastomosis laterolateral. El estudio histopatológico confirma apendicitis del muñón. Martínez-Garza, 2011



Figura.- Apendicitis de muñón post apendicectomía laparoscópica.

Apendicitis crónica
Durante muchas décadas se puso en tela de juicio. Es aceptado ante la evidencia histopatológica y la desaparición de sintomatología. Hallazgos de adherencias laxas e infiltrado inflamatorio crónico microscópicamente. El 70 % de estos pacientes presentan otro cuadro al año y el 50 % requiere intervención quirúrgica en menos de un año. La apendicetomía alivia los síntomas en más del 90% algunos autores le han nombrado síndrome de Fosa iliaca derecha.

Apendicitis postoperatoria


La apendicitis aguda que ocurre poco después de otra operación abdominal es rara y difícil de diagnosticar. Retrospectivamente la mayoría de los pacientes siguen un patrón típico. Sin embargo, predomina la confusión ya que prospectivamente los síntomas son compatibles con los hallazgos posoperatorios de muchos pacientes después de una operación abdominal. Los narcóticos normalmente administrados pueden alterar el reconocimiento del dolor. Los antibióticos pueden inhibir la respuesta inflamatoria. Por lo tanto, predomina la demora en el patrón clínico. El dolor, la hipersensibilidad y la defensa en el CID son hallazgos uniformes y no deben ser ignorados, en especial cuando el sitio de la cirugía estaba lejos de esa región. Debido a estas dificultades asociadas con el diagnóstico, algunos cirujanos aconsejan la apendicectomía incidental de rutina. Sin embargo, dado que la apendicitis posoperatoria ocurre sólo en el 0,1% de todos los casos de apendicitis aguda, esto no parece justificarse. (Nyhus)





Laparotomia en paciente postoperado de apendicectomia   5 dias previos.  Se encuentra  apendice   reactiva integra  y diverticulo d e sigmoides perforado.  Al paecer   quitaron un  apenmdoice epiploico. Paciente en choque septico. 

Apendicitis pasada por alto

La perforación puede producirse apenas 6 horas después del comienzo de los síntomas de apendicitis, pero en general ocurre 24 a 48 después del comienzo del cuadro sintomático. Si se produce peritonitis el paciente se presenta con un abdomen agudo. Sin embargo, el apéndice puede perforarse y ser contenido por el epiplón, asas del intestino delgado o el retroperitoneo. Estos pacientes típicamente se presentan con antecedentes poco claros, a menudo consistentes en haber sido evaluados en la guardia y enviados a su casa con el diagnóstico de gastroenteritis o una infección urinaria. En cambio, ahora pueden tener fiebre o no y tener plenitud en el CID o una masa con hipersensibilidad, defensa y dolor. La masa en el CID puede representar una cavidad abscedada o el epiplón enrollado alrededor de un apéndice inflamado y perforado. Con frecuencia han estado comiendo y realizando sus actividades diarias habituales sin conocimiento del proceso patológico subyacente. La confirmación del diagnóstico es el primer paso. En estas situaciones confusas puede ser útil recurrir a la ecografía, el enema con bario y la TC. Si se identifica un absceso el manejo es controvertido y la tendencia apunta hacia el drenaje percutáneo y la apendicectomía diferida. Obviamente la decisión se basa en la condición clínica del paciente. (Nyhus)


Apendicitis con inmunosupresión

Apendicitis en pacientes con SIDA e infección HIV.

En estos enfermos la apendicitis ocurre con los mismos síntomas y signos que en pacientes con capacidad inmunológica. Casi ningún enfermo con deficiencia inmunitaria tiene leucocitos en el preoperatorio. La laparoscopia diagnóstica es útil para establecer o descartar el diagnóstico. (Gutiérrez Samperio,)

La incidencia de apendicitis aguda en individuos infectados por VIH publicada es de 0.5%. Es más elevada que la incidencia de 0.1 a 0.2% notificada para la población general. La presentación de la apendicitis aguda en personas con infección por VIH es similar a la de enfermos no infectados. Casi todos los sujetos con infección por VIH y apendicitis presentan fiebre, dolor periumbilical irradiado al cuadrante inferior derecho (91%), hipersensibilidad en el cuadrante inferior derecho (91%) e hipersensibilidad de rebote (74%). Los pacientes con infección por VIH no muestran leucocitosis absoluta; empero, cuando se dispone de una cuenta basal de leucocitos, casi todos los enfermos infectados por VIH y apendicitis muestran  leucocitosis relativa.

Al parecer, en pacientes con infección por VIH es mayor el riesgo de rotura apendicular. En una serie grande de enfermos con infección por VIH en los que se practicó una apendicectomía por posible apendicitis, en 43% se encontró en la laparotomía apendicitis perforada. Es posible que el riesgo mayor de rotura apendicular se relacione con el retraso de la presentación que se observa en esta población. Los informes indican que la duración media de los síntomas antes de llegar a la sala de urgencias es mayor en sujetos infectados con VIH y más de 60% de ellos refiere que los síntomas perduraron más de 24 h. En las series iniciales es posible que el retraso considerable para la hospitalización contribuyera a las grandes tasas de rotura. No obstante, con el conocimiento mayor del dolor abdominal en personas con infección por VIH, son menos frecuentes los retrasos para la hospitalización. Una cifra baja de CD4 también se acompaña de un incremento de la rotura apendicular.

El diagnóstico diferencial de dolor en el cuadrante inferior derecho es más amplio en personas infectadas por VIH en comparación con la población general. Es necesario considerar las infecciones oportunistas como posibles causas de dolor en el cuadrante inferior derecho. Estas infecciones oportunistas incluyen citomegalovirus (CMV), sarcoma de Kaposi, tuberculosis, linfoma y otras causas de colitis infecciosa. La infección por CMV puede observarse en cualquier parte del tubo digestivo. Los CMV ocasionan una vasculitis de vasos sanguíneos en la submucosa del intestino que conduce a trombosis. Se presenta isquemia de la mucosa que provoca ulceración, gangrena de la pared intestinal y perforación. La peritonitis espontánea puede deberse a patógenos oportunistas como CMV, Mycobacterium avium-intracellulare, M. tuberculosis, Cryptococcus neoformans y estrongiloides. El sarcoma de Kaposi y el linfoma no Hodgkin pueden presentarse con dolor y una masa en el cuadrante inferior derecho. En individuos infectados por VIH ocurre con mayor frecuencia colitis viral y bacteriana respecto de la población general. En enfermos infectados por VIH que presentan dolor en el cuadrante inferior del lado derecho siempre debe considerarse colitis. Asimismo, en el diagnóstico diferencial de dolor en el cuadrante inferior derecho en pacientes con infección por VIH debe considerarse enterocolitis neutropénica (tiflitis).

Cuando se valora a cualquier paciente con dolor en el cuadrante inferior derecho es importante obtener un interrogatorio y examen físico completos. En enfermos infectados por VIH y signos y síntomas habituales de  apendicitis está indicada una apendicectomía inmediata. En personas con diarrea como síntoma notable, se justifica una colonoscopia. En pacientes con hallazgos equívocos, a menudo es útil una CT. Casi todos los datos patológicos que se identifican en individuos infectados por VIH, en los que se practica una apendicectomía por presunta apendicitis, son típicos.

El porcentaje de apendicectomías negativas es de 5 a 10%. Sin embargo, hasta 25% de los sujetos evidencia en los especímenes quirúrgicos entidades relacionadas con sida, incluidos CMV, sarcoma de Kaposi y complejo M. avium-intracellulare.

En un estudio retrospectivo de 77 pacientes con infección por VIH de 1988 a 1995, la tasa de mortalidad a 30 días en quienes se llevó a cabo una apendicectomía fue de 9.1%. En series más recientes, la mortalidad publicada en este grupo de personas es de 0%. Las tasas de morbilidad en individuos con infección por VIH y apendicitis no perforada son similares a las observadas en la población general. Al parecer, las tasas de morbilidad posoperatorias son más altas en infectados por VIH con apendicitis perforada. Además, el tiempo de hospitalización en estos infectados por VIH en los que se practicó una apendicectomía es el doble que el de la población general. A la fecha no se han publicado estudios sobre la participación de la apendicectomía laparoscópica en la población infectada por VIH. (Schwartz,)

Apendicitis en paciente diabéticos.
Tomar en cuenta que no siempre están inmunocomprometidos. La mayoría de los casos acuden en fases complicadas. En estos pacientes es importante la neuropatía visceral con disminución de la sensibilidad.  Además de la automedicación.  Apoyar  el diagnostico  con  gabinete  y  exploración más a fondo. Cuadros atípicos: no localizan el dolor y no cuadro de peritonitis  localizada.

Apendicitis en paciente diabéticos.

Tomar en cuenta que no siempre están inmunocomprometidos. La mayoría de los casos acuden en fases complicadas. En estos pacientes es importante la neuropatía visceral con disminución de la sensibilidad.  Además de la automedicación.  Apoyar  el diagnostico  con  gabinete  y  exploración más a fondo. Cuadros atípicos: no localizan el dolor y no cuadro de peritonitis  localizada.

La apendicitis aguda es la condición quirúrgica más común en el abdomen agudo no traumático. La perforación ocurre en aproximadamente el 19% al 35% de los pacientes con apendicitis. La mayoría de las publicaciones relacionadas con los abscesos de la pared abdominal y con la fascitis necrotizante secundarios a apendicitis han sido reportadas en pacientes diabéticos. La perforación es el mejor pronosticador aislado de mortalidad en la apendicitis. Sin embargo, el diagnóstico de apendicitis aguda a menudo es obstaculizado por síntomas inexpresivos oscurecidos por una enfermedad crónica intercurrente, como la diabetes mellitus (DM) . (Tsai, 2008)

La DM se asocia con eventos adversos o complicaciones en varias enfermedades gastrointestinales (por ejemplo, mayor mortalidad y morbilidad en la diverticulitis complicada  y aumento del riesgo de colecistitis enfisematosa o gangrenosa). El mal control  de la DM antes de la cirugía también aumenta significativamente la tasa de infección de la herida quirúrgica después de la colecistectomía. No obstante, el riesgo de desarrollar perforaciones o complicaciones en los pacientes diabéticos con apendicitis aguda, por lo demás una causa común de abdomen agudo no ha sido completamente evaluada. (Tsai, 2008)

Contrariamente a reportes previos que relacionaban las edades extremas con el riesgo de perforación apendicular, vale la pena señalar que es este estudio la edad no fue un factor de riesgo independiente para el desarrollo de AAC en los pacientes diabéticos. Este estudio demostró que la demora en el diagnóstico y probablemente los antecedentes de nefropatía diabética, así como una pobre función renal en términos de niveles elevados de Cr sérica y TFG estimada reducida fueron factores de riesgo para el desarrollo de AAC en pacientes diabéticos.

La demora en el diagnóstico, por sí misma, es un factor de riesgo de perforación bien conocido. Los síntomas de la apendicitis aguda pueden ser oscurecidos por afecciones gastrointestinales relacionadas con la diabetes. Las más importantes en los pacientes diabéticos son el vaciado gástrico retardado y la alteración de la motilidad del intestino delgado o grueso ocasionando diarrea o constipación. La constipación ha sido reportada como una de las dolencias primarias de la apendicitis aguda en el anciano. La gastroparesia en los pacientes diabéticos puede presentarse con síntomas de anorexia, náuseas, vómitos, saciedad temprana e hinchazón abdominal. La ocurrencia de síntomas atípicos, incluyendo un retardo en la localización del dolor en la fosa ilíaca derecha, ha sido reportada en hasta el 25% al 50% de los pacientes ancianos con apendicitis. En los pacientes diabéticos, los síntomas gastrointestinales también pueden ser confundidos con cetoacidosis y pueden complicar el control y manejo de la diabetes. Este estudio no tuvo la intención de definir la demora prehospitalaria e intrahospitalaria, sin embargo, se ha sugerido que la mayoría de las perforaciones ocurren antes de la admisión al hospital. En los pacientes diabéticos, es razonable que la polineuropatía sensitiva y la neuropatía autonómica podrían ser factores que contribuyan a la demora tanto prehospitalaria como posthospitalaria. (Tsai, 2008)

La alta incidencia de apendicitis perforada en el anciano, aun cuando la laparotomía se realizó dentro de las 24 horas del comienzo de los síntomas, ha sido atribuida a la arteriosclerosis de las arterias que suplen al apéndice. A medida que se envejece, la disminución de los tejidos linfoide y muscular en el apéndice también se asocia con una reducción en su luz y vascularidad. Los pacientes diabéticos, particularmente aquellos con función renal alterada, son proclives a tener complicaciones macrovasculares, incluyendo arteriosclerosis prematura y, por lo tanto, puede tener una tasa aumentada de perforación.

Varios aspectos de la inmunidad están alterados en los pacientes con diabetes, tales como una función disminuida de los leucocitos polimorfonucleares, adherencia leucocitaria, quimiotaxis y fagocitosis. Muchas infecciones comunes son más frecuentes y severas en pacientes con diabetes (por ejemplo, colecistitis enfisematosa, pielonefritis enfisematosa, abscesos perinefríticos y fascitis necrotizante, para los que la cirugía de emergencia y el drenaje quirúrgico son frecuentemente requeridos). Sin embargo, varias infecciones raras han sido vistas casi exclusivamente en la población diabética. Algunos estudios han mostrado una correlación significativa entre inmunosupresión y diverticulitis perforada, así como pobres resultados. (Tsai, 2008)

 

Apendicitis inguinal o femoral

El apéndice cecal en un saco herniario inguinal, con o sin apendicitis, es denominado hernia de Amyand. Claudius Amyand (1660-1740), cirujano francés de los hospitales Saint George y Westminster, quien fuera además sargento cirujano de los reyes George I y II, realizó en 1735 su primera apendicectomía exitosa en un niño de 11 años que presentó una apendicitis perforada en una hernia inguinal. Acorde a la descripción del cirujano, el paciente además presentaba “una fístula entre el escroto y el muslo”, que convertía la operación en “muy compleja”, dado que la enfermedad se basaba en un apéndice inflamado crónicamente dentro de un saco herniario inguinal, previamente perforado por un alfiler ingerido. El caso fue publicado en Philosophical Transactions of the Royal Society of London. Sardiñas, 2019

Cuatro años antes, otro cirujano francés, René Jacques Croissant de Garengeot (1688-1759), ligado a la Académie Royale de Chirurgie describió la presencia del apéndice en un saco herniario crural, por lo que fue denominada hernia de Garengeot. Sin embargo, no fue hasta 1785 cuando Hevin realizó una apendicectomía en un caso con una apendicitis en una hernia femoral.

La reparación de la hernia en la región inguinocrural es una de las operaciones más frecuentes en la práctica quirúrgica. Pueden encontrarse hallazgos inusuales, como el apéndice cecal parcial o completamente contenido en el saco herniario, lo que se denomina hernias de Amyand y Garengeot. Se presentan en aproximadamente el 1 % de los pacientes con hernia inguinocrural, mientras que representan cerca del 0,1 % de los casos de apendicitis. Clínicamente se presentan como una hernia inguinocrural incarcerada, y la ecografía o la tomografía axial computarizada pueden ayudar en el
diagnóstico preoperatorio. El estado del apéndice cecal determina el acceso quirúrgico y el tipo de reparación herniaria. Sardiñas, 2019

La hernia de Amyand se encuentra predominantemente en varones con una distribución etaria  bimodal. En contraste, la hernia de Garengeot muestra una predisposición significativa por mujeres posmenopáusicas, en concordancia con la presentación más frecuente de hernias crurales en las mujeres. Esta fuerte prevalencia en el sexo femenino ha sido atribuida al aumento de la presión intrabdominal durante el embarazo, la edad avanzada, el hábito de fumar y desórdenes del tejido muscular y conectivo.

Ocurren casi exclusivamente en el lado derecho, dado la localización anatómica del apéndice. Las localizaciones izquierdas son muy raras, solo se han publicado 15 casos de hernia de Amyand y una paciente con hernia de Garengeot. Los postulados sobre la presencia de estas hernias del lado izquierdo pueden ser la relación con situs inverso, malrotación intestinal, ciego móvil o apéndice cecal excesivamente largo. Sardiñas, 2019

La apendicitis intraherniaria se ha explicado dado la estrangulación de la base apendicular en el cuello del saco, o por trauma durante las maniobras de reducción de la hernia repetidamente. La anatomía del canal femoral induce mayor riesgo de incarceración y estrangulación del apéndice que en el resto de las hernias de la pared abdominal.

En caso de apendicitis intraherniaria la historia natural comienza con los típicos síntomas  viscerales, muchas veces ignorados por los pacientes. Al progresar el cuadro clínico, el enfermo  generalmente aqueja de dolor intenso en la hernia sin relación con dolor abdominal agudo. Sardiñas, 2019

En dependencia del estado del apéndice pueden aparecer otros síntomas: fiebre, vómitos, síntomas de obstrucción intestinal mecánica. En el examen físico se observa aumento de volumen muy doloroso, no reductible y eritematoso de la región inguinal que puede llegar al escroto. La ecografía o la tomografía axial computarizada (TAC) pueden hacer el diagnóstico correcto. Para confirmar la presencia de una hernia de Amyand o de Garengeot, los cortes sagitales y coronales de la TAC son particularmente útiles para identificar el apéndice como estructura tubular con fondo ciego emergiendo del ciego entrando en el canal inguinal o crural respectivamente

El estado del apéndice cecal determina el acceso quirúrgico y el tipo de reparación herniaria. Todos los cirujanos concuerdan con que, si existe apendicitis, la reparación debe realizarse por técnica de Bassini o Shouldice y evitar el uso de mallas protésicas, debido al alto riesgo de infección del sitio quirúrgico. En el caso de un apéndice normal incidentalmente hallado en un saco herniario, la realización de una apendicectomía profiláctica no es favorecida por muchos autores, ya que esta añade riesgo de infección a una operación limpia y puede contribuir a la recurrencia de la hernia. Además, la manipulación quirúrgica para lograr visualizar la base apendicular que distiende el cuello del saco y aumenta la posibilidad de recurrencia de la hernia por debilidad de las estructuras anatómicas alrededor del defecto. Sardiñas, 2019

 Dr. Pablo Andrade Martínez-Garza, Dr. Luis Pablo Alessio Robles Landa, Dra. Lucero Georgina Reyes Espejel, Dr. Víctor José Visag Castillo, Dra. Nimbe Tzasná Olvera Guarneros Apendicitis del muñón apendicular. Reporte de caso y revisión de literatura Cirujano General Vol. 33 Núm. 1 - 2011

Raysy Sardiñas Ponce. Obel Alcides Guerra Leal. Las hernias de Amyand y Garengeot como expresión del apéndice cecal. Revista Cubana de Cirugía. 2019;58(4):e776

 

Apendicitis en pediatría
Epidemiología
La apendicitis aguda constituye una afección quirúrgica pediátrica frecuente, que afecta al 0,3% de los niños de 0-15 años. De manera habitual, el pico de frecuencia pediátrica se sitúa a los 8-13 años. La apendicitis es infrecuente antes de los cinco años (4,5% en la serie) y excepcional antes de los dos. En estas formas del niño pequeño, lo más común es que se trate de apendicitis complicadas.
La tasa de apendicitis complicadas, es decir, con un apéndice perforado asociado a absceso o a peritonitis, es variable según los estudios, aunque constituye alrededor de una cuarta parte de los casos pediátricos.
Un estudio sueco de 1994 de más de 50.000 de niños y adultos distinguió, de hecho, dos entidades epidemiológicas:
• Las apendicitis perforadas, secundarias a una obstrucción endoluminal y/o un coprolito, con una incidencia variable en función del tiempo, del centro estudiado (23 centros), de la edad del paciente y del «intervencionismo» de los cirujanos (medido por la exactitud diagnóstica);
• las apendicitis no perforadas, cuyo número dependía, por el contrario, de la edad (pico a los 10-14 años), disminuía con el tiempo (más apendicectomías en el pasado) y estaba en realidad vinculado a la tasa de exactitud diagnóstica y de apendicetomía sobre apéndice sano.

Exploración física
   Empieza con el interrogatorio del niño y de sus padres o tutores. Precisa el carácter y la evolución del dolor abdominal, que es el motivo de consulta en la mayoría de los casos. Busca la existencia de signos asociados, vómitos, alteraciones del tránsito, signos funcionales urinarios y fiebre.
   El interrogatorio tiene también como objetivo tranquilizar al niño para que la exploración física sea más fácil, y por tanto más fiable, en un niño relajado y confiado.
   La inspección debe dedicarse a buscar signos de sepsis, con alteración del estado general en un niño cansado, amorfo, con la cara descompuesta. Cuando se busca psoítis, se observa la forma en que el niño anda o se incorpora en la camilla de exploración para desvestirse, así como su actitud espontánea, como por ejemplo una posición en semiflexión. Se puede pedir al niño que infle y hunda el vientre de manera voluntaria. Si esta maniobra puede realizarse sin dificultad, con una respiración abdominal normal, se descarta una contractura abdominal.
Esta inspección busca sistemáticamente púrpura en las zonas declives (tobillo, planta) e ictericia conjuntival.
   La palpación debe ser suave e iniciarse en el lado no doloroso. Busca una defensa localizada o una masa abdominal. Permite descartar algunos diagnósticos diferenciales mediante la exploración sistemática de los orificios herniarios en el lactante y de los testículos en el niño mayor.
    El tacto rectal no presenta interés en el niño, pues lo más frecuente es que éste no lo acepte bien y que sea ininterpretable. Algunos estudios han confirmado que no era discriminativo. Siempre que exista fiebre, hay que efectuar el examen pulmonar, urinario y otorrinolaringológico (ORL).

Formas clínicas Apendicitis simple «clásica»
    Se trata de las apendicitis agudas no complicadas, que casi siempre afectan a niños de 6-13 años. La exploración física es típica y el diagnóstico, fácil. El interrogatorio halla dolor abdominal de 24-48 horas de evolución, a menudo acompañado de náuseas o vómitos, y pérdida del apetito. Es habitual la febrícula a 38 °C. La migración del dolor desde la región periumbilical hasta la fosa ilíaca derecha constituye un signo excelente, con un valor predictivo positivo de apendicitis del 91%. La respiración abdominal se realiza bien de forma espontánea. Con frecuencia existe una psoítis que se manifiesta a través de dolor con la marcha y con la extensión del muslo derecho. La palpación de la fosa ilíaca derecha desencadena dolor claro con defensa localizada. El resto de la exploración es negativa.

Niño menor de tres años
Lo más común es que se trate de una forma grave, sin duda alguna debida al retraso diagnóstico, ya que la apendicitis es infrecuente a esta edad. Es probable que se tolere bien si no existe complicación alguna; los signos clínicos suelen ser engañosos: fiebre alta, cojera, diarrea, etc. Además, la exploración física es difícil y casi siempre aporta pocas informaciones fiables. Así pues, el recurso a las pruebas complementarias es con frecuencia necesario, sin retrasar por ello el tratamiento.

Formas complicadas
A menudo resulta difícil distinguir clínicamente un absceso de una peritonitis, sobre todo en el niño pequeño. En ambos casos, los signos clínicos hacen pensar en una sepsis grave: alteración del estado general, fiebre superior a 38,5 °C, niño postrado que no responde a las preguntas. Los vómitos intensos pueden haber provocado deshidratación con pérdida de peso.
La palpación encuentra defensa localizada o difusa y, en ocasiones, una masa abdominal que hace pensar en un absceso o en un plastrón apendicular. El abdomen puede estar meteorizado debido a un íleo reflejo. Hay que recordar que el primer diagnóstico en el que se debe pensar ante una oclusión febril en un niño no apendicectomizado es el de peritonitis apendicular.

Formas atípicas
Por desgracia para los clínicos, el diagnóstico resulta a veces difícil y es típico decir que «en la apendicitis, puede verse cualquier cosa».
El dolor puede ser muy vivo o, por el contrario, poco intenso y tranquilizador. Su localización, en ocasiones ectópica, depende de la del apéndice, que puede ser:
• Pélvica, con signos funcionales urinarios predominantes, pero con tira reactiva urinaria negativa;
• Retrocecal, con dolor en la fosa lumbar y fiebre que puede imitar una pielonefritis, aunque también en este caso los análisis de orina son negativos;
• Mesocelíaca, con dolor periumbilical y un cuadro oclusivo.
Puede que no haya fiebre, aunque resulta excepcionalmente muy elevada si no existen complicaciones.

            Laboratorio
El hemograma suele mostrar leucocitosis por polimorfonucleares neutrófilos, pero no existe correlación entre la tasa de glóbulos blancos y la gravedad de la apendicitis. En ocasiones, dicho hemograma resulta normal.
La proteína C reactiva (PCR) se encuentra a menudo aumentada, pero con un desfase en relación con el inicio de los signos clínicos. De hecho, estos dos criterios de laboratorio resultan especialmente interesantes cuando son negativos. 

Radiografía estándar de abdomen
Lo más habitual es que esta prueba se practique de forma sistemática en los servicios de urgencia, aunque su rentabilidad en la apendicitis es baja. El signo más interesante es la visualización de un coprolito que se manifiesta través de una opacidad cálcica redonda u ovalada, finamente rodeada, casi siempre en la fosa ilíaca derecha, de un tamaño inferior a 1 cm. Esta imagen constituye una indicación formal de apendicectomía. En la práctica, la clásica «asa centinela» de la fosa ilíaca derecha se encuentra en pocas ocasiones. En las formas graves, pueden observarse un auténtico de oclusión  o una zona grisácea difusa que hace pensar en un derrame peritoneal.

Figura:   Radiografía de abdomen sin preparación con un coprolito (flecha) y niveles hidroaéreos (asteriscos) de oclusión intestinal en un niño con peritonitis apendicular.

Ecografía
Se ha convertido en una prueba corriente desde que el diagnóstico clínico no es típico o para descartar determinados diagnósticos diferenciales, especialmente en la adolescente. Un estudio reciente muestra que la ecografía se practica ampliamente en la actualidad y que permite disminuir el número de niños operados con un apéndice normal (del 24% en 1991 al 4% en 2000).
La ecografía en el niño posee una sensibilidad del 94% y una especificidad del 95% con un operador adiestrado. Los signos positivos del diagnóstico ecográfico son una estructura tubular en fondo de saco de más de 6 mm de diámetro.
Julien y Puylaert han descrito la técnica de la «compresión gradual», que permite la depresión progresiva de la fosa ilíaca derecha con la sonda de ecografía de manera que se visualice mejor el apéndice. Éste, cuando es patológico, es rígido y difícil de comprimir, con visualización a veces de un coprolito intraluminal no visible con el ASP, pues todavía no está calcificado. También se puede visualizar un derrame en la cavidad peritoneal periapendicular (absceso) o difuso (peritonitis), teniendo en cuenta que la ausencia de derrame no descarta en absoluto una peritonitis. Por tanto, la ecografía es una prueba a menudo fiable, que se puede repetir y con un coste moderado; debe utilizarse sin vacilar en caso de duda diagnóstica o en las niñas. Una de las limitaciones de esta prueba es la obesidad, debido a la mala ecogenicidad de la grasa.

Tomografía computarizada
La tomografía computarizada se ha evaluado bien en el adulto para el diagnóstico de apendicitis. Se utiliza poco en el niño debido al alto valor de la ecografía y a la exposición a las radicaciones ionizantes. Sin embargo, tiene una excelente rentabilidad, con una sensibilidad del 87-100% y una especificidad del 89-98%, sobre todo cuando se asocia en el niño a una opacificación cólica. Estos valores dependen menos de la persona que realiza la exploración. Así pues, la tomografía computarizada conserva interés en caso de duda diagnóstica o en caso de sospecha de plastrón apendicular con posibilidad de drenaje percutáneo.
La conducta que se debe seguir con respecto a las prescripciones de técnicas de diagnóstico por imagen ante la sospecha de apendicitis en el niño puede resumirse proponiendo el árbol de decisión representado en la Figura 3.

Figura 3: Árbol de decisión. Pruebas de diagnóstico por imagen ante la duda diagnóstica de apendicitis.

            Diagnóstico diferencial
Está en función de la edad del niño.

Niño menor de tres años
• Invaginación intestinal aguda: es idiopática, pero se produce a menudo en un contexto de infección, ORL o de otro tipo. La ecografía es el elemento clave del diagnóstico.
• Hernia estrangulada: es preciso palpar los orificios herniarios sistemáticamente.
• Infección urinaria o pulmonar, gastroenteritis aguda.

Niño de 3-12 años
• Linfadenitis mesentérica: es el diagnóstico diferencial más frecuente. Se trata de una hiperplasia de los tejidos linfoides debida a una infección que, la mayoría de las veces, es vírica. Como la mayor parte de estos ganglios se localiza en la fosa ilíaca derecha, los niños se presentan con un dolor y un síndrome febril que pueden imitar la apendicitis.
• Divertículo de Meckel infectado (meckelitis): lo más común es que se trate de un diagnóstico de descubrimiento peroperatorio. Clínicamente, el dolor está más centrado, es periumbilical.
• Púrpura reumatoidea, cuyos signos dolorosos abdominales son frecuentes y pueden preceder a los signos cutáneos.
• Infección urinaria o pulmonar, gastroenteritis aguda, estreñimiento.
• Con menos frecuencia: hepatitis víricas, meningitis, leucemias.

Niños de más de 12 años
• Diagnósticos ginecológicos en las chicas: dolores de la ovulación, quistes ováricos, torsiones de los anexos, endometriosis, salpingitis, embarazo extrauterino [17].
• Torsión del cordón espermático en el adolescente joven, que puede manifestarse únicamente a través de un dolor de irradiación de la fosa ilíaca.
• Menos común y de diagnóstico peroperatorio: enfermedad de Crohn.

Tratamiento
El tratamiento de la apendicitis es ante todo quirúrgico y cuanto más graves sean los signos infecciosos, menos tiempo hay que tardar en instaurarlo. No obstante, la indicación operatoria sólo debe establecerse ante un conjunto coherente de argumentos a favor del diagnóstico, con el fin de evitar al máximo las apendicectomías sobre apéndice sano, causa de morbilidad y, en especial, de oclusión intestinal postoperatoria.
Por otra parte, la intervención no es la única modalidad terapéutica, ya que se asocia sistemáticamente a un tratamiento médico que incluye antibioticoterapia y el recurso a medidas de soporte.

Tratamiento médico
Aunque se reconoce de forma unánime la necesidad del tratamiento antibiótico, sus modalidades son en la actualidad objeto de controversia. Las moléculas utilizadas, su dosis, su asociación y la duración del tratamiento no están consensuadas y ningún estudio permite probar la superioridad de un protocolo terapéutico sobre otro. Las grandes líneas se centran en el uso de moléculas eficaces sobre la flora digestiva aerobia y anaerobia. Por razones de bajo coste y de buena tolerancia en los niños, los betalactámicos, asociados a metronidazol y aminoglucósidos en las formas complicadas, son los antibióticos de primera elección. La antibioticoterapia se inicia de media hora a una hora antes del comienzo de la intervención quirúrgica, con el fin de evitar cualquier diseminación bacteriana durante la intervención. Esta antibioticoterapia intravenosa es perioperatoria, inferior a 48 horas, en las apendicitis simples. La duración de la antibioticoterapia intravenosa por encima de las 48 horas, indicada en las formas complicadas con derrame purulento intraperitoneal. La antibioticoterapia puede interrumpirse cuando, después de 24 horas de apirexia y en ausencia de complicaciones oclusivas, el hemograma muestra ausencia de leucocitosis. Si la fiebre o la leucocitosis sobrepasan los seis días postoperatorios, deben practicarse pruebas de diagnóstico por imagen en busca de un absceso intraperitoneal.
Hay que instaurar sistemáticamente los tratamientos antipirético y analgésico, así como la prevención tromboflebítica en la adolescente. Si en las formas complicadas el período de ayuno sobrepasa las 48 horas, se asocia nutrición parenteral a la rehidratación intravenosa. Puede ser necesaria la kinesiterapia cuando existen complicaciones respiratorias o tras un encamamiento prolongado.

Tratamiento quirúrgico
El tratamiento de referencia de la apendicitis es la apendicectomía, mediante laparotomía o laparoscopia. La intervención quirúrgica se realiza bajo anestesia general, con intubación orotraqueal. A menudo es necesario colocar una sonda nasogástrica, especialmente en caso de oclusión o de vómitos intensos. Si la vía de acceso es una laparoscopia, la vejiga debe estar vacía, ya sea haciendo que el niño orine o mediante un sondeo breve.
La vía clásica de acceso es una incisión denominada de Mac Burney, que consiste en una incisión cutánea frente al punto de Mac Burney, situado en la unión entre el tercio externo y los dos tercios internos de la línea que une el ombligo y la espina ilíaca anterosuperior, y el acceso a la cavidad peritoneal sin sección muscular. Más recientemente, se ha utilizado en la apendicectomía la vía de acceso laparoscópica.
Con independencia de la vía de acceso, las fases operatorias son idénticas. Se libera el apéndice de eventuales adherencias inflamatorias, a continuación se efectúa la apendicectomía tras ligadura o coagulación del meso y ligadura de la base apendicular con hilo reabsorbible. La pieza debe enviarse sistemáticamente a anatomopatología. Se extrae por medio de una bolsa en las laparoscopias con el fin de no contaminar la pared abdominal.
En la actualidad, se consideran inútiles en el niño las muestras bacteriológicas peroperatorias. En cambio, la presencia de un derrame purulento intraperitoneal, localizado o difuso, lleva a la mayor parte de equipos a realizar un lavado peritoneal con suero fisiológico caliente. Las indicaciones de drenaje en el niño son en cambio infrecuentes y se limitan a la evacuación de un absceso organizado.
El intestino delgado se desenrolla con el fin de buscar una divertículitis de Meckel si el apéndice parece sano desde el punto de vista macroscópico. En caso de infección apendicular probada, es probable que el paso de estas asas delgadas por la zona infectada resulte perjudicial, con un riesgo de oclusión sobre brida postoperatoria superior al de la complicación posterior de un eventual divertículo de Meckel sano.

Complicaciones
Complicaciones abdominales. Están dominadas por las complicaciones infecciosas, abscesos de pared y abscesos intraperitoneales, pero pueden observarse también síndromes oclusivos postoperatorios, de origen funcional o debidos a adherencias, y fístulas cecales.
La frecuencia de las complicaciones abdominales infecciosas no parece correlacionada con las modalidades de la antibioticoterapia (tipo de molécula, hora de inyección, duración). En cambio, está correlacionada con la gravedad de la enfermedad inicial. Para Emil et al, la tasa de abscesos de pared pasa del 0% en las apendicitis simples al 2,6% en las apendicitis complicadas y la tasa de absceso intraperitoneal pasa del 0,56 al 4,4%. Se ha observado la influencia de la vía de acceso sobre estas tasas.
El tratamiento de los abscesos de pared se basa en los cuidados locales, con desunión de la cicatriz y colocación de mechas. La antibioticoterapia no es indispensable en ausencia de síndrome infeccioso sistémico. En cambio, la reanudación de la antibioticoterapia por vía intravenosa permite tratar la mayor parte de los abscesos intraperitoneales. Éstos se operan si se asocian a oclusión o son objeto de drenaje, quirúrgico o por vía percutánea, si la antibioticoterapia no controla el síndrome infeccioso. Ante cualquier absceso profundo, en especial si es recidivante, hay que pensar en la persistencia de un coprolito intraperitoneal, ya que debe extirparse. En estos casos, la tomografía computarizada presenta un gran interés diagnóstico.
Las fístulas cecales son más infrecuentes. Algunos autores las atribuyen al drenaje en contacto con el muñón apendicular, pero también pueden ser secundarias al mal estado de la pared cecal frente a la ligadura apendicular. Se tratan mediante drenaje y fistulización dirigida; la curación es la norma, aunque a veces la evolución resulta larga.
La oclusión intestinal, de origen funcional en el 70% de los casos precoces, requiere la colocación de una sonda nasogástrica y de una perfusión para rehidratación debido a la constitución de un tercer sector. La búsqueda de una brida se hace más necesaria cuanto más tardía es la oclusión con respecto a la intervención y debe efectuarse ante cualquier resistencia al tratamiento médico o tras una recidiva de la oclusión. La mejor manera de practicar la sección de la brida es mediante laparoscopia, cuyo riesgo adhesiógeno es inferior al de la laparotomía. La tasa global de oclusiones se estima en el 0,5-1,5%.

Complicaciones médicas
Se trata de infecciones pulmonares, urinarias, sobre el punto de inserción del catéter o de retención urinaria, y deben prevenirse.

Apendicitis en el embarazo
La concentración elevada de progesterona en el embarazo da origen a una hipotonía del músculo liso intestinal. En consecuencia, se prolonga el tiempo de evacuación gástrica. Las relaciones entre las vísceras abdominales se modifican, sobre todo en el compartimento inframesocólico. El apéndice se desplaza desde la fosa ilíaca derecha al hipocondrio derecho, donde al octavo mes alcanza el reborde costal  (Figura 1). 




Figura 1: Desplazamiento del apéndice y el ciego durante el embarazo .

   La pared abdominal se distiende, sobre todo al final del embarazo, lo que causa una disminución de los reflejos de defensa o de contractura parietal en las peritonitis.
    La apendicitis aguda es la urgencia quirúrgica no obstétrica más frecuente durante el embarazo (25% de los casos). La incidencia varía entre el 0,05-0,13% de los embarazos. Es tan frecuente durante el embarazo como fuera de éste, por lo que la gestación no es un factor predisponente a la apendicitis. En realidad, las mujeres embarazadas no están forzosamente expuestas a un riesgo más elevado de apendicitis que las no embarazadas. Puesto que se trata de una enfermedad de la población joven, desde luego la apendicitis es más común en las mujeres en edad de procrear.
La apendicitis en la mujer embarazada sigue siendo una afección grave debido a la frecuencia de las formas perforadas y las peritonitis. La incidencia de la apendicitis perforada en el embarazo es del 43%, claramente superior a la del 4-19% del resto de la población. Se han señalado varios factores:
• El retraso diagnóstico debido a una sintomatología polimorfa y a que la mujer embarazada tiene múltiples razones para vomitar o presentar dolores en el abdomen. En la primera consulta, con frecuencia demorada, el diagnóstico es dudoso y el embarazo lleva al cirujano a temer una complicación obstétrica tras una laparotomía inútil;
• Los cambios anatómicos: desplazamiento del apéndice y el ciego hacia arriba y hacia fuera (Figura 1) ;
• La falta de tabiques peritoneales en las infecciones abdominales del embarazo. Hay varias explicaciones posibles: el desplazamiento del epiplón por el útero, las contracciones uterinas que impiden la formación de adherencias peritoneales, el aumento de la vascularización abdominopélvica que favorece la diseminación linfática precoz o, por último, el hipercortisolismo gravídico que se opone a la reacción inflamatoria fisiológica. Los apéndices gangrenosos son 5,5 veces más frecuentes y los apéndices perforados, 3,5 veces más frecuentes durante el embarazo que fuera de éste, sobre todo con motivo de un retraso en el diagnóstico. Así, los fallecimientos siempre se han producido a causa de apendicitis agudas perforadas con peritonitis.

Dificultades diagnósticas
Aumentan a medida que avanza el embarazo y suponen un agravamiento del pronóstico. Así, los problemas difieren en función de la fecha de la gestación.

En el primer trimestre
La sintomatología apenas varía a causa de la presencia del útero grávido, cuyo desarrollo todavía no es significativo. El diagnóstico no es más difícil que fuera del embarazo. La dificultad consiste sobre todo en eliminar las afecciones que son más frecuentes en este período.

Las manifestaciones clínicas son: La anorexia, presente en casi todas las pacientes; los vómitos (86% de los casos), desde luego muy comunes en esta etapa, que por esto mismo deben inducir a efectuar una palpación minuciosa de todo el abdomen, con más razón porque los vómitos de la apendicitis aguda pueden revestir un carácter incoercible;  el dolor, que se localiza en el flanco derecho, algo por encima y por fuera del punto de MacBurney, pero que también puede ubicarse a la izquierda; las lumbalgias o los dolores en el flanco, posiblemente provocados por un apéndice retrocecal; la fiebre de 38-38,5 °C, inconstante (el 72% de los casos tiene una temperatura inferior a 38 °C) ; la disuria, infrecuente.

En la exploración física: Lengua saburral; menos movimiento respiratorio abdominal a la derecha; la defensa es a menudo leve; sólo se detecta en el 68% de las pacientes, el tacto vaginal despierta un dolor en el fondo de saco vaginal derecho o en el fondo de saco rectouterino de Douglas.
Las pruebas complementarias incluyen:  un estudio citobacteriológico de la orina (ECO), que es normal;  un hemograma en busca de leucocitosis; este análisis debe interpretarse en función de la leucocitosis fisiológica, que puede llegar a 12.000/mm3; una elevación de la proteína C reactiva (CRP).

La ecografía abdominopélvica es la exploración radiológica de primera elección, ya que permite identificar el apéndice inflamado o un absceso apendicular. La especificidad de la ecografía es alta si el apéndice anormal se identifica como una estructura tubular incompresible en la fosa ilíaca derecha y de más de 7 mm de diámetro (Figura 2).




Figura 2: A. Ecografía abdominopélvica a las 26 semanas de amenorrea (SA) que muestra una estructura hipoecoica tubular no compresible de 9 mm, compatible con una apendicitis aguda.
B. Doppler color que confirma el diagnóstico de apendicitis.

Puede revelar signos indirectos, como un derrame en el receso rectouterino o debajo del diafragma. La sensibilidad de la ecografía disminuye hacia el final del embarazo debido al tamaño del útero y al desplazamiento del apéndice.

Resonancia magnética T2: apéndice distendido con fecalito (flechas) a las 6 semanas de amenorrea (SA). Acumulación de líquido y aire entre el apéndice y la pared pélvica, compatible con un absceso periapendicular (punta de flecha).
a. Corte axial.
b. Corte sagital.



La resonancia magnética (RM) puede solicitarse si no se ha visto el apéndice en la ecografía. La sensibilidad y la especificidad, así como el valor predictivo positivo y negativo, son de casi el 100%; además, es un método no irradiante compatible con el embarazo.
La tomografía computarizada (TC) se reserva para las raras situaciones en que no se dispone de ecografía o RM; se encuentra un apéndice inflamado, dilatado, tubular y con o sin fecalito.
En esta etapa del embarazo, la apendicectomía expone a un bajo índice de abortos espontáneos si el apéndice no está perforado.

En los últimos meses del embarazo
La sintomatología es mucho más engañosa. El dolor que da motivo a la consulta se localiza a veces a la derecha (25% de los casos), pero con mucha frecuencia (75% de los casos) se dispone en la zona periumbilical; en casos excepcionales, puede situarse a la izquierda. Las náuseas y los vómitos acompañan al dolor y siempre se consideran muy patológicos después del primer trimestre del embarazo. Los trastornos del tránsito (estreñimiento o diarrea) son variables.
La fiebre rara vez falta y es baja, de unos 38 °C, pero puede sobrepasar esta cifra en el 7% de los casos. La mayoría de las veces, está por debajo de los 37,7 °C. La aceleración del pulso guarda relación con la temperatura.
El dolor provocado se manifiesta en la fosa ilíaca derecha, pero a menudo se detecta más arriba y hacia fuera. Hay que buscarlo en el flanco derecho, con la paciente en decúbito lateral izquierdo. El dolor aumenta con la flexión o la hiperextensión del muslo y con la movilización del útero de izquierda a derecha, pero la movilización inversa es indolora. Con frecuencia se produce dolor con la maniobra de descompresión abdominal. Los movimientos fetales pueden causar dolor.
 Para distinguir el dolor uterino del extrauterino puede usarse la MANIOBRA DE ADLER: con la paciente en decúbito supino, se busca por palpación el punto más doloroso y, sin dejar de ejercer presión en la zona dolorosa, se pide a la paciente que se acueste del lado izquierdo. Si el dolor provocado disminuye o desaparece con el cambio de posición, significa que es extrauterino. Si no se modifica, significa que es intrauterino.
La defensa se pone de manifiesto en el 80% de los casos. La hiperestesia cutánea suele faltar. La contractura uterina es un signo de apendicitis gravídica: esta hipertonía uterina puede localizarse en el borde derecho del útero, en el cuerno o bien ser generalizada y confundirse con un falso trabajo de parto.
En general, no existe ningún signo de estado fetal inquietante.
Los tactos vaginales despiertan dolor en el fondo de saco derecho o en el fondo de saco rectouterino de Douglas.
Las pruebas complementarias son iguales a las del primer trimestre:
• un ECBO normal, aunque hay que tener en cuenta que la infección urinaria es común en la mujer embarazada (sobre todo al final del embarazo) y que la presencia de una infección urinaria no elimina de forma categórica una apendicitis;
• un hemograma completo en busca de una leucocitosis;
• Pruebas de imagen: ante un síndrome apendicular, una ecografía positiva confirmaría el diagnóstico, pero si ésta resulta negativa hay que solicitar otras exploraciones . La RM, debido a su carácter no irradiante, se plantea como la herramienta diagnóstica de preferencia como segunda elección. Israel et al  obtuvieron con la RM un valor predictivo positivo y negativo del 100% para el diagnóstico de apendicitis en la mujer embarazada. Recientemente, Lee et al han demostrado que el empleo del ángulo de basculación cecal era una técnica fiable para localizar el apéndice con la misma precisión, cualquiera que fuera la edad gestacional. La TC puede considerarse como último recurso.

Durante el trabajo de parto o después del parto
Las dificultades diagnósticas aumentan más aún. En el parto, que suele ser prematuro, la paciente presenta contracciones uterinas hiperálgicas y vómitos. Se presenta con fiebre y alteración del estado general. El estado fetal es inquietante y, por esta razón, se indica a menudo una cesárea, con lo cual se llega lógicamente al diagnóstico.
En el posparto, en la mayoría de los casos se trata de la revelación tardía de una apendicitis cuyo comienzo se sitúa antes o durante el trabajo de parto. Los dolores están atenuados y no hay defensa ni contractura porque los músculos abdominales están flácidos. La mayoría de las veces, se presenta un cuadro de obstrucción febril con alteración del estado general, lo que impulsa a formular el diagnóstico de peritonitis del posparto. La intervención se impone sin demora.

Diagnóstico diferencial

En el primer trimestre
Se hace con:
• Vómitos incoercibles del embarazo: la fosa ilíaca derecha, que debe explorarse por principio, debe ser indolora y blanda; el abdomen también es blando;
• una amenaza de aborto febril, aunque en principio se acompaña de metrorragias;
• una infección anexial, que se descarta si la evolución del embarazo es normal;
• un cólico renal derecho;
• un embarazo extrauterino, un quiste ovárico o una torsión anexial; la ecografía, en especial endovaginal, ayuda al diagnóstico; puede ser necesaria una laparoscopia para rectificar un diagnóstico dudoso en el primer trimestre.

En el segundo y el tercer trimestres
Se piensa en:
• un dolor tendinoso (síndrome de Lacomme);
• La necrobiosis aséptica de un mioma del borde derecho, puesto que, además del dolor, pueden asociarse trastornos digestivos e hipertermia; sin embargo, la orina es estéril y la ecografía permite localizar el mioma asociado a signos de necrobiosis;
• una pielonefritis, que se localiza con preferencia a la derecha;
• un cólico renal derecho;
• una colecistitis aguda, aunque en principio el dolor se localiza más arriba y la temperatura es más elevada (39 °C); la ecografía revela litiasis o barro biliar y una vesícula dilatada de paredes engrosadas;
• La pancreatitis aguda, una complicación clásica de la litiasis biliar durante el embarazo; ante la menor duda, debe determinarse la amilasemia, la lipasemia y la amilasuria;
• una neumonía del lóbulo inferior derecho;
• una embolia pulmonar.

Después del parto
Se sospecha:
• una tromboflebitis de las venas ováricas, más habitual a la derecha; el cuadro suele ser engañoso y el dolor se localiza en el flanco o en la pelvis; la fiebre es constante; la palpación permite sentir en el flanco derecho un cordón alargado e indurado sobre el trayecto de la vena ovárica. El diagnóstico positivo se hace con la ecografía Doppler abdominopélvica [26]. Como alternativa, la TC muestra una imagen ovalada, hipodensa y rodeada por un anillo hiperdenso tras la inyección de medio de contraste, que se observa en varios cortes sobre el trayecto de las venas ováricas. Los resultados de la RM son comparables;
• una flebitis supurativa pélvica: precedida por la aceleración del pulso y la elevación de la temperatura, se acompaña de signos en el miembro inferior (dolor de la pantorrilla, dolor inguinal) y, por tacto vaginal, dolor en el trayecto de las venas pélvicas;
• un vólvulo del ciego, sobre todo después de una cesárea; se caracteriza por cólicos abdominales, náuseas, vómitos, interrupción del tránsito de materia fecal y gases y una masa laterouterina. El diagnóstico se formula básicamente con la TC abdominopélvica;
• un síndrome de Ogilvie poscesárea.

Complicaciones de la apendicitis
Peritonitis
En caso de diagnóstico tardío, la infección peritoneal tiende a difundirse y las peritonitis no son infrecuentes. Las mujeres embarazadas y que presentan una apendicitis aguda se complican con perforación en el 25% de los casos. La incidencia de las perforaciones apendiculares se ha estimado en el 66% en caso de que el intervalo entre el diagnóstico y el tratamiento sea de 24 horas, frente al 0% si el intervalo es menor de 24 horas . Las peritonitis pueden ser primarias por perforación apendicular o secundarias por difusión de una apendicitis no operada.
Desde el punto de vista clínico, el cuadro corresponde a una obstrucción febril con sensibilidad abdominal difusa y dolor a la descompresión. No hay contractura porque los músculos rectos del abdomen son rechazados por el útero grávido. En cambio, se observan contracciones uterinas y alteración del estado general.
El hemocultivo repetido muestra bacteriemia por gérmenes gramnegativos y anaerobios, lo que puede explicar los cuadros de shock séptico.
La radiografía simple de abdomen muestra niveles hidroaéreos.

Prematuridad
Es el principal riesgo fetal. La aparición de contracciones uterinas eficaces es más temible cuando se acerca el término. La amenaza de parto prematuro puede producirse durante el episodio de apendicitis, durante la apendicectomía o, en las formas complicadas, por una peritonitis.
La contaminación fetal a partir de una bacteriemia materna es posible. También puede producirse a partir de un foco infeccioso apendicular o peritoneal.

Mortalidad fetal
En la revisión sistemática de Walsh et al, los índices de mortalidad fetal fueron del 4% (11/324), 12,1% (11/91) y 7,3% (11/150), respectivamente, en caso de apendicitis simple, complicada y negativa. La apendicitis complicada era aquella perforada, abscedada o acompañada de peritonitis. La pérdida fetal era más probable estadísticamente en el caso de una apendicectomía laparoscópica por una apendicitis complicada que en una apendicectomía laparoscópica por una apendicitis simple (p = 0,0027). No había una diferencia significativa en el índice de pérdida fetal tras una apendicitis simple en comparación con el mismo índice después de una laparoscopia «blanca» debido a una sospecha de apendicitis (p = 0,0641).

Dificultades del tratamiento
Indicación quirúrgica precoz
Aunque la indicación no se discute ante un cuadro de apendicitis típica o una peritonitis, también hay que saber intervenir frente a una forma engañosa o confusa. El hecho de que se trate de una mujer embarazada no debe inducir a contemporizar sino, al contrario, a intervenir; las lesiones anatómicas suelen ser más graves que las esperadas. El índice de falsos negativos es del 16-20%  e incluso del 50%. Estas cifras se acercan a las observadas fuera del embarazo.
No por ello la cirugía durante el embarazo es anodina. Frente a los riesgos de morbilidad maternofetal de la apendicitis, el umbral intervencionista tiende a disminuir. Las cifras recientes revelan un índice intervencionista de apendicitis falsamente positivas del 23-55% en la mujer embarazada, mientras que sólo es del 18% en la no embarazada (p < 0,05) [9, 28, 29]. Además, en la revisión sistemática de Walsh et al  se comunica un índice de pérdida fetal tan elevado en caso de apendicitis falsamente positiva como de apendicitis simple. Estas apendicitis falsamente positivas son más frecuentes en caso de laparoscopia. Por lo tanto, parece que la apendicectomía por una apendicitis falsamente positiva no debe considerarse una intervención anodina en la mujer embarazada. En cada caso, los riesgos de un diagnóstico falso deben cotejarse con los de la perforación a causa del retraso diagnóstico.

Posición de la paciente
Sobre todo en el tercer trimestre, se aconseja girar levemente a la paciente hacia el lado izquierdo inclinando la mesa unos 30° para evitar el shock postural a consecuencia de la compresión de la vena cava inferior y facilitar el acceso quirúrgico a la región cecoapendicular.

Laparoscopia
Puede indicarse tanto para el diagnóstico como para el tratamiento hasta el segundo trimestre y, en algunos casos, hasta el tercer trimestre [30]. Al principio, el embarazo era una contraindicación relativa de la laparoscopia, pues se infería una disminución de la perfusión uterina y fetal, con la consecuencia de abortos o de la posible interferencia con el desarrollo fetal. Publicaciones ulteriores con relación a resultados exitosos de la laparoscopia en el transcurso del embarazo han confirmado la seguridad de esta técnica
En esta cirugía bajo anestesia general debe evitarse la acidosis respiratoria materna, manteniendo el valor teleespiratorio de la presión de dióxido de carbono (CO2) por debajo de 30-40 mmHg, y también la hipotensión arterial materna. Se recomienda girar levemente a la paciente hacia el lado izquierdo para disminuir la presión sobre la vena cava inferior. No es necesario colocarla en decúbito lateral izquierdo completo. El neumoperitoneo puede crearse con la aguja de Veress en el primer trimestre, pero a partir del segundo debe hacerse en laparoscopia abierta. Se han descrito complicaciones con las dos técnicas, pero la lesión accidental del útero con la aguja de Veress es más peligrosa y más frecuente. La presión del neumoperitoneo debe mantenerse entre 10-12 mmHg.
La laparoscopia se realiza por lo general con tres trocares cuya posición depende de la edad gestacional. La ligadura del apéndice se efectúa con ayuda de endoligaduras (endoloops) y la extracción con bolsa endoscópica a fin de reducir el riesgo de contaminación peritoneal o parietal.
Hoy día, la laparoscopia se usa cada vez más. Al estudiar el tratamiento de la apendicitis en 3.133 mujeres embarazadas, McGory et al informaron que la laparoscopia se usó en el 14% de los casos, frente al 23% en las pacientes no embarazadas. La conducta laparoscópica se privilegia porque además tiene la ventaja de la incisión mínima, causa menos dolor postoperatorio y favorece la movilización precoz. Dado que con la laparoscopia la visualización del intestino es óptima, ofrece la posibilidad de manipular menos el útero y podría disminuir las demoras diagnósticas y terapéuticas. Los apéndices ectópicos y las demás causas de dolor se identifican más fácilmente. Los otros beneficios potenciales son la reducción del índice de hernia parietal durante el trabajo de parto y de los índices de trombosis venosa profunda y de embolia pulmonar.
Sin embargo, persisten algunas preocupaciones respecto a los efectos del neumoperitoneo sobre la fisiología fetal y el riesgo de traumatismo uterino en el transcurso de la laparoscopia. Mediante estudios clínicos y experimentales se han evaluado los efectos del CO2 y de la presión intraabdominal de la apendicectomía intralaparoscópica: no se observó ningún efecto adverso grave en el feto, siempre que la presión del neumoperitoneo se mantuviera entre 10-12 mmHg y la intervención durara menos de 60 minutos. Si bien es cierto que estos estudios han demostrado que la laparoscopia podía efectuarse con toda seguridad para la madre y el feto en cualquier trimestre del embarazo, hay pocos datos sobre los efectos a largo plazo. Una sola publicación alude al estudio de 11 niños de 1-8 años nacidos después de una laparoscopia en el transcurso del embarazo y no comunica ninguna complicación.
Antaño, un embarazo avanzado era considerado una contraindicación relativa de la laparoscopia por autores que proponían entre 26-28 semanas de amenorrea (SA) como edad gestacional límite. Más adelante se publicaron varias series de apendicectomías laparoscópicas exitosas, efectuadas después de las 28 SA. No se encontró ninguna diferencia significativa entre las intervenciones llevadas a cabo en el primer y el tercer trimestre en términos de complicaciones intraoperatorias, pérdida fetal o parto prematuro. Con todo, algunos afirman que el tamaño del útero grávido en el tercer trimestre podría interferir con la instrumentación y una buena visualización y que este tipo de procedimiento debería reservarse para cirujanos experimentados que tienen un índice de conversión laparoscópica muy bajo (1%), mejor que el índice de conversión en las pacientes no embarazadas. Para los equipos entrenados, la conversión es sobre todo producto de dificultades de exposición inducidas por un abdomen adherencial, más que del aumento del volumen uterino.

Vía de acceso por laparotomía
La incisión de McBurney puede emplearse al principio del embarazo, pero a menudo es necesario recurrir a la incisión pararrectal de Jalaguier para explorar mejor la región cecoapendicular. Hacia el final del embarazo o en caso de peritonitis, puede imponerse la práctica de una laparotomía medial. En las mujeres obesas, hacia la mitad o al final del embarazo también puede ser de utilidad una incisión transversal. La incisión de Pfannenstiel no se recomienda en un cuadro séptico debido a que necesita despegamientos aponeuróticos.
En la revisión sistemática de Walsh et al, el índice de parto prematuro tras apendicectomía laparoscópica fue del 2,1% (13/624), cifra significativamente inferior a la obtenida tras apendicectomía por laparotomía (8,1%, 346/4.193; p < 0,0001). Entre los partos prematuros después de apendicectomía laparoscópica no se produjo ningún fallecimiento. Sin embargo, McGory et al, al estudiar la apendicectomía en 3.133 mujeres embarazadas, encontraron un índice global de pérdida fetal tras apendicectomía laparoscópica del 5,6%, significativamente superior al 3,1% de la apendicectomía por laparotomía.

Procedimiento quirúrgico
Incluye una apendicectomía, con o sin invaginación del muñón. El lavado peritoneal debe practicarse con mucho cuidado. Queda el problema del drenaje, pues generalmente se admite que el tubo de drenaje puede causar una irritación uterina y, por consiguiente, contracciones. Por esto, la mayoría de los autores usa el drenaje sólo en caso de peritonitis o de absceso.

Tratamiento antibiótico
El tratamiento antibiótico inicial es probabilista, algunas veces adaptado en función de muestras obtenidas durante la intervención. Debe tener en cuenta los gérmenes diana, es decir, enterobacterias (sobre todo Escherichia coli) y anaerobios (sobre todo Bacteroides fragilis) y, en menor medida, enterococos.
Aunque hay distintos esquemas posibles, la elección apunta básicamente hacia una asociación entre cefalosporina de tercera generación (cefotaxima: 3-6 g/día en tres inyecciones intravenosas o ceftriaxona: 1-2 g/día en una sola inyección intravenosa) + metronidazol (500 mg, tres veces al día) ± aminoglucósidos los primeros 2 días. Frente a la posibilidad de una sensibilidad disminuida de E. coli, la asociación amoxicilina-ácido clavulánico no se aconseja como primera línea, pero puede usarse cuando se disponga del antibiograma. En caso de alergia a los betalactámicos, una alternativa a la cefalosporina de tercera generación podría ser un macrólido (eritromicina). El tratamiento antibiótico dura 2-3 días en las formas simples y 5-8 días en las formas complicadas. La antibioticoterapia es discutible si el apéndice es meramente inflamatorio. Algunos sostienen que un bolo intravenoso intraoperatorio sería suficiente.

Tratamiento tocolítico
La tocólisis se prescribe en presencia de contracciones uterinas a partir del segundo trimestre y hasta las 34 SA. En una revisión sistemática reciente no se encontró ninguna diferencia significativa en los índices de parto prematuro entre el grupo con tocólisis profiláctica (0/15) y el grupo sin tocólisis (3/79; p = 0,59). Por tanto, la tocólisis profiláctica sistemática no se indica en ausencia de factores de riesgo de parto prematuro: aparición de contracciones uterinas, modificaciones cervicales o cuello uterino corto.

Control fetal
La vitalidad y el bienestar fetal deben controlarse en pre y postoperatorio con ecografía y monitorización del ritmo cardíaco fetal a partir de las 25 o 26 SA. Algunos recomiendan un control intraoperatorio, pero la eficacia de esta estrategia ha resultado mediocre. En cambio, puede plantearse repetir la monitorización fetal antes del alta.

Extracción fetal
La mayoría de las veces, salvo que el estado fetal no sea tranquilizador, la apendicectomía se realiza preservando el embarazo. Si a continuación se pone en marcha el trabajo de parto, éste puede efectuarse por vía vaginal.
Por el contrario, la práctica de una cesárea en un medio infectado expone a un riesgo de endometritis con dehiscencia de las suturas e infección parietal. Sin embargo, puede hacerse primero una cesárea extraperitoneal para extraer al niño sin contaminarlo y, después de suturar el útero, abrir el peritoneo para efectuar la apendicectomía y el drenaje.
La mortalidad fetal es una gran preocupación, pero el índice también parece disminuir con los años. McGory et al  han comunicado un índice de mortalidad fetal superior en laparoscopia que en laparotomía (7% frente al 3%, p < 0,05). Ahora bien, este resultado no ha sido confirmado por otros autores. Sadot et al  no han detectado ninguna influencia de la práctica quirúrgica sobre la mortalidad fetal. En cuanto al índice de parto prematuro, varía entre el 15-45% según las publicaciones.
La morbilidad y la mortalidad de la apendicitis durante el embarazo guardan relación con la gravedad de la enfermedad. Las apendicitis perforadas con peritonitis tienen un pronóstico más desfavorable para la madre y el feto. Aun cuando el diagnóstico de apendicitis en el curso del embarazo es infrecuente y difícil, sigue siendo esencialmente clínico (si es necesario, con ayuda de pruebas de imagen cada vez más avanzadas) y el tratamiento es quirúrgico, pero no hay que olvidar las localizaciones altas o atípicas.
Es, por tanto, indudablemente necesario hacer un diagnóstico precoz e intervenir con rapidez.


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